Plusvalía política

lunes, 15 de febrero de 2010

LA PLUSVALÍA POLÍTICA
La política como extracción de una forma particular de plusvalía

INDICE

1. El problema de la ansiada y escurridiza equidad.
2. Analogía entre explotación económica y política.
3. Explotación política en el campo electoral.
4. Condiciones para salirse del circuito de la explotación política en el ámbito electoral.
5. Explotación política en diferentes campos en que hay acción política.
6. El capitalismo político.
7. Peculiaridades de la explotación política.
8. Condiciones en que es posible salir del circuito de la explotación política en diferentes campos..
9. Otros tipos de explotación política: tipo esclavista o tipo feudal.
10. El clientelismo como acción política productora de plusvalía política.
11. La contención del movimiento social como acción productora de plusvalía política.
12. La provocación como acción política productora de plusvalía política
13. La posibilidad en México de una política sin extracción de plusvalía, sin explotación.
14. Liberación política.

1. El problema de la ansiada y escurridiza equidad.

La construcción de un mundo de iguales ha sido hasta el momento irrealizable, algo que no ha pasado de ser una más de las utopías que, pese a ser lo que son, no dejan de ser una meta que ayuda a caminar por la vida y a mejorar al mundo un poco más cada vez, un poco que en determinadas ocasiones, cuando todo se mira más negro que nunca, termina siendo un mucho, lo suficiente para que valga la pena existir.

Se ha intentado construir esa utopía extinguiendo la explotación, entendida ésta como un fenómeno económico, dependiente a su vez de la extracción de la plusvalía, y se ha creído que sustituyendo la propiedad privada de los medios de producción por la propiedad colectiva ya no existiría la desigualdad. Se ha llevado a la práctica esa sustitución y pese a todo no se ha podido construir el mundo de equidad que se esperaba: un mundo de justicia social, y cuando mucho se ha sustituido unos patrones por otros (burgueses por burócratas) y se ha hecho más grande su número. La explotación, como un virus altamente mutante, ha seguido existiendo, adaptada a las nuevas condiciones, y la desigualdad siguió campeando por sus fueros por donde quiera que hubiera producción.

Y no es que los esfuerzos se hayan centrado únicamente en el ámbito de la economía, como si en ella nada más estuviera la clave de la igualdad. Igual atención se puso también al aspecto político del cambio, de ahí la importancia que ha tenido siempre la cuestión del Estado tanto para los marxistas como para los anarquistas, pero ni así se ha logrado esa escurridiza como ansiada equidad, y en los casos en que ha parecido estar más cercana ha sido a costa de la generalización de la pobreza, antítesis de la igualdad deseable, y del burocratismo, una de las peores manifestaciones y disfraces de la desigualdad. La clave quizá debía estar en otra parte, y tendría que ser algo muy importante seguramente, habida cuenta de que no fue un solo modelo el que se implementó sino muchos, que fueron desde el más exacerbado centralismo soviético y chino hasta la más flexible autogestión yugoeslava. En otra parte, en algún lugar más allá de la economía y del poder del Estado podría estar la clave de los fracasos; Así tendría que ser porque de otra manera habría que admitir la imposibilidad práctica de la igualdad.

Foucault, con su microfísica del poder demostró que ahí donde nadie la mira porque está presente en todas partes, dispersa por toda la sociedad, en todo tipo de relaciones entre las personas, se hallaba la razón de que las desigualdades fueran tan difíciles de exterminar: las relaciones de dominio, las relaciones de poder quedaron al descubierto en muchos ámbitos y empezaron a ser tratadas como el nuevo campo de batalla en el que tendría por fin que lograrse la liberación del ser humano. Atención especial recibiría el estudio del biopoder como práctica de los Estados para subyugar los cuerpos y controlar a la población, y la biopolítica, como estilo de gobierno que regula la población mediante el biopoder. Esas relaciones de poder que al ir más allá de la biopolítica y el biopoder en cuanto prácticas del Estado, eran la radiación de fondo que impregnaba todo el espectro de las relaciones humanas, con sus huellas no dejaban percibir las causas de tantas dificultades halladas en un camino que tan fácil parecía inicialmente.

Muchos se lanzaron a explorar el campo de las relaciones de poder y a experimentar en él la posibilidad de acabar con la inequidad. Tarea difícil, desde luego, habida cuenta que se trataba de un complejo entramado de relaciones de dominio en la que casi todos los seres humanos somos al mismo tiempo dominados que dominadores, y tan es así que hasta en las relaciones con una misma persona en unos aspectos se está en el papel de usufructuario del poder y en otras en el de su víctima, en una dialéctica de sujeto-objeto intercambiable a cada momento. Se conoce ahora, gracias a esos estudios, que esa permeabilidad y penetración en todos los ámbitos dificulta al máximo la construcción de un mundo sin desigualdades, de una sociedad plena de democracia, justicia y libertad.

Nuevos conceptos surgieron al influjo de la nueva lucha, y se ha llegado a una fina discriminación terminológica que ha hecho percibir diferencias que en otros tiempos eran apenas perceptibles, casi intangibles y en torno a los cuales se realizan profundas discusiones. González Casanova, por ejemplo, distingue en “Sociología de la Explotación”, entre desigualdad y asimetría, la primera ligada la distribución, a la riqueza y al consumo, la segunda al poder y al dominio. Esto, llevado a su conclusión lógica, quiere decir que la desigualdad tiene que ver fundamentalmente con la explotación económica, en tanto que la asimetría está directamente relacionada con la opresión, cuestión política fundamentalmente.

Quedan claros así los dos aspectos de la lucha por la liberación de los seres humanos: la lucha por la igualdad tiene que ir acompañada de la lucha por la simetría, si no, no es posible la liberación ¿Basta con eso, con esa combinación de transformaciones económicas y cambios políticos a los que se agregan las modificaciones de las relaciones de dominación descubiertas por Foucault?

No, por supuesto. No basta con terminar con la propiedad privada ni con que una organización revolucionaria tome el poder del Estado, ni aún bastaría con convertir en simétricas las asimétricas relaciones de poder señaladas por Foucault, aunque desde luego significarían un paso enorme en esa dirección: paso necesario pero no suficiente, se diría en un lenguaje lógico.

Efectivamente, con la explicación de la explotación económica por medio de la extracción de la plusvalía se avanzó un poco hacia el objetivo, otro poco se hizo con el esclarecimiento del papel del Estado, y algo más con el biopoder, la biopolítica y la microfísica del poder, pero no ha sido suficiente todavía, pues aún no es posible llegar a la liberación. Explotación económica, opresión estatal, dominio en los más recónditos rincones de la vida social: contra todo eso se ha luchado y no puede llegarse a la meta: la equidad, y ahora la simetría, se han mostrado elusivas como la más inalcanzable de las metas. ¿Por qué?

¿No será que más al fondo hay otra radiación que impregna todo el ambiente más todavía que la ya señalada con la microfísica del poder, e incluso a ella misma? ¿O es que hay algo más que una radiación de fondo que todo lo contamina con su presencia?

Puede ser, después de todo la nueva sociedad sigue brillando por su ausencia y eso es sintomático. Nadie dijo que fuera fácil, por supuesto, y de ninguna manera lo es cuando los mismos que intentan cambiar la sociedad incurren, en sus innumerables relaciones sociales, en los vicios que se critican y con ello reproducen las relaciones de dominio en los numerosos ámbitos en que se mueven. Y ni qué decir de aquellos que al apenas tocar un puesto gubernamental o de representación popular actúan exactamente igual que aquellos a quienes criticaban apenas un día antes de tomar posesión de su encargo. ¿Será que democratizar la propiedad es mucho más fácil que democratizar la sociedad? ¿O será porque sin lo segundo lo primero no tiene mayor valor? ¿O será por alguna otra causa?

Quizás la raíz de la dificultad no resida únicamente en la situación que se desea cambiar ni en los defectos de los que lo intentan, sino en los instrumentos mismos con que se pretende realizar la modificación. Habrá que explorar esta hipótesis, pues ahí puede estar en gran parte la razón de las dificultades que la empresa transformadora ha enfrentado. La radiación de fondo del universo se descubrió precisamente después de descartar mediante precisos registros y cálculos que esa pequeña radiación que aparecía permanentemente en las mediciones de los radiotelescopios no se debía a fallas en los instrumentos.

Comprobar que el tiempo transcurre más lentamente en un sistema en el que la velocidad es mayor no puede hacerse con relojes que se encuentren dentro del sistema mismo: para ello sería necesario comparar dos relojes que se encuentren, uno en el sistema que se mueve lentamente y otro en el que se mueve más rápidamente; eso es indispensable porque de otra manera los relojes marcarán siempre la misma hora, independientemente de la velocidad a la que se mueva el sistema. Determinar si el espacio es curvo o no, es imposible si se emprende con instrumentos que pueden estar imperceptiblemente curvados ya por pertenecer al espacio curvo, como lo determinaron los críticos de los experimentos encaminados a determinar la posible curvatura del espacio.

De forma semejante, si la lucha por una nueva sociedad se realiza recurriendo a la explotación sería absurdo esperar que esa nueva sociedad no tuviera rasgos de explotación: lo construido no puede dejar de contener algo del constructor y sus instrumentos.

Y la lucha por una nueva sociedad no se hace solamente por medio de mecanismos opresivos en el sentido foucaltiano, lo que ya sería suficiente para que no pudiera conseguirse el objetivo, sino que se intenta generalmente recurriendo a la explotación, una explotación que fácilmente ha pasado desapercibida y que por eso mismo no ha dejado de imponer su impronta en lo construido, y a la que hay que poner al descubierto para poderla superar.

2. Analogía entre explotación económica y política.

Lo nuevo se comprende mejor cuando se expresa en términos de lo ya conocido, por eso esa forma de explotación no analizada se revela más fácilmente al compararla con otra que es universalmente reconocida: la explotación económica. Veamos:

1- El obrero tiene la capacidad de producir valor con su trabajo. A esa capacidad se le denomina fuerza de trabajo.
2- El patrón, por un salario (en ocasiones a veces el indispensable para reproducir la fuerza de trabajo), hace trabajar al obrero para que produzca valor aplicando su fuerza de trabajo en la forma que él decide. Esto es posible porque la fuerza de trabajo es una mercancía.
3- El obrero, por ese pago produce valor: el que le pagan, mas un plusvalor: la plusvalía.
4- El patrón se apropia de todo el valor producido por el obrero, y lo usa para su beneficio: con ello reproduce en forma ampliada las condiciones de producción que le permiten seguir extrayendo la plusvalía, además de derrochar parte de ella en forma de lujos y excesos.

1- El ciudadano tiene la capacidad de actuar políticamente y en particular de tomar decisiones políticas. Tiene, por tanto, un poder: la capacidad de producir valor político con sus acciones y con sus decisiones. A esa capacidad se le puede denominar fuerza política.
2- El partido político y/o el candidato, por un pago (en forma de dádivas o de expectativas a veces apenas indispensables para que siga existiendo como persona capaz de actuar políticamente y de tomar decisiones) hacen que el ciudadano produzca valor político, aplicando su fuerza política en la forma decidida básicamente por ellos. Esto es posible porque la fuerza política es una mercancía
3- El ciudadano, por ese pago produce valor, el que le pagan, mas un plusvalor, la plusvalía política.
4- El partido político y/o el candidato se apropian de todo el valor producido por el ciudadano y lo usan para su beneficio particular o de grupo al decidir por él en lo concerniente a las cuestiones políticas. Reproducen, además, en forma ampliada las condiciones que les permiten seguir decidiendo por el ciudadano y derrochan en forma de excesos parte de esa plusvalía.

1- Las relaciones entre el patrón y el obrero son relaciones de explotación ya que aquél enajena a éste del producto de su trabajo.
2- El obrero podría producir sin necesidad del patrón.
3- La liberación del obrero pasa por la colectivización de los medios de producción y la expulsión del patrón del circuito de la producción

1- Las relaciones entre el partido y/o el candidato y el ciudadano son relaciones de explotación ya que aquellos enajenan a éste del producto de su fuerza política.
2- El ciudadano ¿podría ejercer su poder sin necesidad del partido y/o el candidato?
3- La liberación del ciudadano pasa por la colectivización del poder político, de la toma de decisiones, ¿excluyendo a los partidos y/o a los candidatos del circuito del poder?

Estas son algunas de las analogías y preguntas que resaltan al comparar dos cuestiones de campos diferentes, el de la economía y el de la política: por un lado el plusvalor económico que se genera en el proceso productivo y, por otro, el plusvalor político que se genera en el proceso de toma de decisiones y de realización de acciones en el ámbito político.

Con fines teóricos cabría preguntarse si las analogías señaladas son de carácter superficial e irrelevantes o pueden considerarse profundas además de importantes desde el punto de vista de la explicación que pudieran dar de lo que ocurre en el ámbito de las acciones políticas, entre ellas los procesos políticos electorales y, más aún, en cualquier ámbito que tenga que ver con la toma indirecta de decisiones y, sobre todo, con la alternativa que podría proponerse ante esa explotación política. Esto último es importante, porque no implica solamente una modificación del lenguaje para sustituir lo que tradicionalmente se conoce como “opresión política” por un término nuevo: “explotación política”, lo que no sería sino un simple cambio de lenguaje, una transformación retórica, sino que conlleva una concepción radicalmente diferente, basada en un concepto distinto y más esclarecedor que pone de manifiesto particularidades que de otra manera podrían pasar desapercibidas y, permite buscar alternativas que eviten caer en esa forma de explotación cuando se quiere precisamente terminar con cualquier tipo de ella. Veamos.

3. Explotación política en el campo electoral.

Es indudable que en principio los ciudadanos tienen formalmente la capacidad de realizar acciones y de tomar decisiones políticas: eso se garantiza en las constituciones de los países que se llaman a sí mismos democráticos. En unos más en otros menos tienen a su alcance diversas acciones y variados mecanismos para tomar decisiones políticas, algunas veces limitadas tan solo a decidir con su voto qué partido habrá de gobernar el país o su circunscripción, o al representante que habrá de tomar decisiones que tienen que ver con la administración pública o con la erogación de leyes. A esa capacidad puede llamársele fuerza política. Y es una fuerza porque esa capacidad, al ser aplicada en una coyuntura es capaz de provocar en ella modificaciones, característica fundamental de lo que puede llamarse fuerza: “vigor, robustez y capacidad de mover algo o a alguien que tenga peso o resistencia; como para levantar una piedra, tirar una barra, etc.”, o “causa capaz de modificar el estado de reposo o de movimiento de un cuerpo o de deformarlo”.

Si por el momento, para facilitar el análisis, lo restringimos al fenómeno electoral podemos ver que el apoyo de los votantes es la diferencia entre que se plasme un proyecto político u otro, así que puede decirse con plena certeza que ese voto por ellos emitido genera para el votado una capacidad que no tenía antes de recibirlo. Esa capacidad es la de, en el mejor de los casos, plasmar un proyecto político partidario y, en el peor, y a veces ligado indisolublemente a éste y en ocasiones independientemente de él, hacer realidad un proyecto estrictamente personal de enriquecimiento o de promoción o posicionamiento para ocupar puestos de dirección en el país, en su circunscripción, o en su partido.

A esa capacidad adquirida por el partido político o el candidato, generada por el voto de los ciudadanos, puede llamársele valor político, toda vez que implica una posición de poder desde la que puede tomar decisiones que de otra manera quedarían fuera de su alcance. Esta acepción del término “valor” es conforme con la definición de éste por la Real Academia Española: “grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite”. Luego, entonces, el ciudadano con su fuerza política genera un valor político.

El partido político y el candidato hacen que el ciudadano ejerza su derecho de votar en su beneficio y para ello utilizan, teóricamente, las expectativas, reales o imaginarias que su propuesta política es capaz de generar, aunque en la práctica lo más común es que lo consigan por medios más discutibles, como las dádivas, las promesas vacuas que son un franco engaño y las manipulaciones que en ocasiones llegan hasta las amenazas y el chantaje. Mediante estos mecanismos es como se apropian de ese valor político que el ciudadano es capaz de generar a partir de su fuerza política.

Las expectativas, las dádivas, las promesas y las amenazas no son otra cosa que el pago que dan al ciudadano a cambio de su fuerza política y con ello éste les concede la posibilidad de decidir el rumbo de la política en los límites espacio-temporales y específicos de su mandato. Se produce de esta manera un intercambio desigual en el que el ganador siempre es el votado, quien a cambio de un pago que a veces es simbólico obtiene un determinado poder político.

La desigualdad del intercambio, el incumplimiento de las expectativas y de las promesas, y sobre todo la enajenación del producto de la fuerza política del ciudadano dan lugar a que se pueda hablar de la existencia de una explotación política, ya que al final de cuentas no se paga al electorado todo el valor político que genera sino únicamente lo indispensable para que siga reproduciendo su fuerza política en tanto elector y pueda recurrirse a él en una próxima elección para volver a hacer uso del valor político por él generado.

La enajenación del producto de la fuerza política del ciudadano no solamente convierte dicho producto en algo ajeno, extraño a él, sino que en manos del partido o candidato al que se le otorgó, se revierte en contra suya, convertido ya en el poder de coacción que éstos tienen contra él una vez triunfantes en la lid electoral: con su victoria han adquirido la facultad de decidir no únicamente por él sino también en contra suya, y lo hacen cuando toman decisiones que le perjudican o limitan sus derechos o le restringen su libertad. Esto es intrínseco al poder político, sobre todo si se le comprende como una función social consistente en tomar decisiones soberanamente y de asegurar su ejecución por medio de la fuerza pública.

Puede decirse también que, como mercancía que es, la fuerza política se ve sometida a las leyes del mercado: el precio que por ella se paga depende de la oferta y la demanda, pues en situaciones de aguerrida contienda electoral se paga mucho más por ella que en momentos en los que no hay una fuerza opositora considerable.

La magnitud o la intensidad de la explotación política puede medirse, aunque sea aproximadamente y en términos cuantitativos, por una fórmula similar a la que en la en la producción mide la tasa de explotación: t.e.= p/ v, donde t.e. es la tasa de explotación, p es la plusvalía obtenida, y v es el valor de la fuerza de trabajo. De esta manera puede hablarse de una amplia gama de casos posibles, que van desde aquellos en los que casi todo el valor obtenido se convierte en plusvalía, como ocurre en la demagogia absoluta (cuando se generan expectativas falsas e irrealizables y no se paga nada en dádivas), hasta aquellos en los que es mínima o prácticamente nula, como sucedería en el hipotético caso de que no hubiera ninguna diferencia entre el valor generado por el voto del ciudadano y los beneficios finalmente recibidos por él. Obviamente es difícil que esto ocurra en un proceso electoral en el que la mercadotecnia juega el papel fundamental y lo que se vende al electorado es tan solo una imagen lo más acorde posible con las expectativas que éste tiene, pese a que la realidad las cualidades del candidato o el partido sean opuestas.
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Por eso puede decirse que cuando se toman las decisiones por la comunidad, en forma directa no existe la explotación política ya que no se delega la responsabilidad por la toma de decisiones en nadie más, pero puede existir en cualquier situación en la que sí se delegue ésta, es decir en cualquier forma de democracia representativa, y no importa que el partido u organización sea de derecha o de izquierda, ya que desde ambos polos del espectro político ocurre esa expoliación de la fuerza política.

Ahora bien, ¿qué tan grande es el valor que se genera en una situación particular? Obviamente el valor generado depende de la magnitud de las decisiones que el elegido puede tomar así como de lo irrevocable de éstas, pues poco valor puede obtenerse de una posición en la que casi nada puede decidirse o en la que todo puede ser revocado. No es lo mismo ser elegido presidente de la república o gobernador de un estado que presidente municipal de un municipio cuyos habitantes se cuentan apenas por miles.

Pero, además, no existe una reproducción simple por la que solamente se repone lo que ya existía, sino que en su conjunto tiene lugar una reproducción ampliada, toda vez que se crean las condiciones para que se genere un valor político más alto cada vez, expresado, por un lado, en una mayor legitimidad de los procesos electorales y, por consiguiente, en una mayor legitimidad de las decisiones tomadas en nombre de la sociedad, que puede llegar a convertirlas en legalmente irrevocables y, por otro, en la creciente legitimación del representante en cuanto individuo, pues luego de un triunfo se coloca en una posición desde la cual tiene mayores posibilidades de ascender a mejores posiciones políticas y, por otro más, en la interiorización en el votante de ese poder por él concedido hasta hacer parecer como naturales las decisiones que desde el poder le imponga el elegido, en palabras cercanas a las de Paulo Freire.

A este punto cabe hacerse la pregunta de si este intercambio desigual, y por la tanto la explotación política, es exclusiva de los procesos electorales partidistas o puede hacerse extensiva a otros procesos por los cuales un grupo de personas se ven precisados a dar su voto para que alguien los represente. A ella cabe responder que siempre que se elige, ya sea en una asamblea sindical, popular o en una simple reunión a los representantes de la comunidad de que se trate, si se les otorga el derecho de decidir en nombre de la comunidad se está generando valor político porque se les está concediendo el derecho de decidir por los demás.

Inclusive, puede decirse que el intercambio desigual no existe solamente en comunidades que ceden su poder de decisión a un representante, sino también cuando en una relación de dos personas, una de ellas delega en otra la capacidad de decisión en cualquier ámbito, aunque en ese caso no se estaría hablando de poder político, por supuesto, sino solamente de poder, a la manera de Foucault, como acciones que pueden estructurar el campo de otras acciones posibles y que se dan en situaciones que cruzan todos los ámbitos de las relaciones humanas. Pero eso se analizará en otro ensayo.

4. Condiciones para salirse del circuito de la explotación política en el ámbito electoral.

¿Es posible salir del circuito de la explotación de la fuerza política en el ámbito electoral? ¿Es posible hacer una política que no enajene al ciudadano del valor político por él producido al elegir a sus representantes? Desde luego que sí, en principio, teóricamente, pero para ello tendrían que darse condiciones como las siguientes:

1- El valor de lo obtenido de la elección tendría que ser equivalente a lo pagado por ella, como ocurre en el caso de las comunidades pequeñas, sobre todo indígenas, en las que impera la democracia directa y no hay grandes ventajas entre detentar una posición de representante o no, o en las comunidades de cualquier tipo que enfrentan agresiones y hostilidades de una fuerza superior, ocasión en la que a una posición de poder va unida la existencia de una entrega de mucho tiempo y esfuerzo a favor de la comunidad y a veces implica poner en riesgo la propia vida mucho más que los demás. Ocurre también con los dirigentes en las guerras populares, pues se convierten en un blanco más apetecible que cualquier otra persona. Ese es el caso de los dirigentes más reconocidos de los movimientos populares que por ocupar esa posición que parece privilegiada tienen mayores posibilidades de ser asesinados o de ser encarcelados. La libertad o la cárcel son el precio que a veces se tiene que pagar por una posición de representación o dirección, de lo que se deduce que es factible que en cierto casos el representante o dirigente entregue a la comunidad mucho más de lo que de ella recibe en términos de poder de decisión.

2- El poder de decisión del representante debería estar acotado completamente, y para ello los mandatos tendrían que ser revocables en cualquier momento por la comunidad; e igual debería ocurrir con las decisiones tomadas por los representantes.

3- Debería ser castigada severamente cualquier violación de la voluntad popular o cualquier decisión que fuera en detrimento de la población. Así el riesgo de excederse en sus funciones sería grande y equiparable a las ventajas que conlleva una posición de poder.

4- La comunidad tendría que estar bien informada de las propuestas a la hora de la elección, así como de las implicaciones de cada una de las decisiones que debe tomar en su momento su representante.

5. Explotación en las diferentes formas en que puede desarrollarse la acción política.

Ampliando nuestro panorama para abarcar no solamente los fenómenos electorales sino también otros tipos de actividad política podemos ver, con base en lo ya expuesto, que diversos tipos de acción política son susceptibles de producir valor político: una marcha, un plantón, una declaración pública, o la firma de un manifiesto, o la difusión de cualquier tipo de propaganda, son formas de acción política que ejercen una presión que es en sí misma un valor político, ya que pueden colocar a los individuos o a las organizaciones o a las causas abanderadas, en situaciones más favorables respecto de las condiciones previas.

El valor político de las acciones políticas puede aquilatarse si se toma en cuenta que las movilizaciones masivas a veces han logrado echar abajo políticas impopulares, otras han impedido el encarnizamiento de la represión que sin ellas habría ocurrido, y otras más han derribado dictaduras poderosísimas o gobiernos aparentemente invencibles. Estos logros son el valor producido por este tipo de acciones y precisamente esa es la causa de que se realicen.

Para determinar si una forma particular de acción política puede ser fuente de explotación basta con demostrar que puede incidir en el logro un objetivo: el grado de incidencia en ese logro es el valor que posee. La toma de un Congreso de la República que cimbra la política nacional tiene un gran valor, en tanto que el cierre de una carretera por la que nadie circula no tiene ninguno en absoluto; una huelga de hambre de Gandhi podía parar los enfrentamientos entre dos grupos religiosos, en tanto que la de un desconocido podía generar no más que unas miradas compasivas. No es la acción en sí la que tiene o carece de valor, sino que todas pueden poseerlo o carecer de él en dependencia de las circunstancias de su utilización y, por consiguiente, de su impacto en el logro del objetivo buscado. Es así como puede concebirse la existencia de acciones políticas con valor negativo, lo que ocurre cuando inciden en el logro del objetivo pero en sentido contrario, disminuyendo las posibilidades de conseguirlo, como ocurre con las acciones mal planificadas que hacen retroceder lo que ya antes se había logrado..

Por otra parte, lo que los representantes o dirigentes gastaron en expectativas generadas, en promesas hechas, o en recursos económicos invertidos para movilizar esa fuerza política es el precio pagado para hacer uso de ella, es el precio de esa fuerza política; y que pudo ser usada con diferente objetivo pero que los dirigentes utilizaron con el fin específico conseguido, o bien para obtener algo que no pudieron conseguir plenamente, o para obtener algo menor pero que la dinámica de los acontecimientos llevó más allá de lo que se pretendía conseguir. En cualquier caso, la diferencia entre ambos valores es la plusvalía, la cual es susceptible de apropiación por parte de alguien ajeno a quien la produjo.

¿Puede decirse que hay explotación también en el movimiento social? Hay explotación siempre y cuando se enajene al participante del valor por él producido mediante su acción política, y eso ocurre a menudo en el movimiento social cuando los dirigentes utilizan el valor obtenido de las movilizaciones para alcanzar fines personales como posiciones de poder, o cuando intencionalmente generan expectativas superiores a lo alcanzable o diferentes a las que en realidad persiguen. Es sintomático de explotación política el uso de dádivas para que las bases acudan a las movilizaciones. En todos esos casos existe enajenación del producto de la fuerza política, así que inequívocamente puede hablarse de explotación.

Es más, es factible extender el concepto de explotación política hasta abarcar también fenómenos que no necesariamente tienen que ver con elección o representación popular o con dirección de organizaciones sociales, puesto que también se extrae el plusvalor producido por la fuerza política cuando un funcionario público mantiene una relación clientelista con algún sector de la población y a cambio de dádivas o determinadas concesiones obtiene su respaldo en forma de acciones políticas de las que él se beneficia. Esto se analizará más adelante, por ahora baste con dejar sentado que siempre que existe un valor producido por acciones políticas y dádivas o expectativas pagadas por él hay explotación política. En el caso del clientelismo de los funcionarios públicos las dádivas son una inversión que se realiza no con recursos propios del funcionario sino con los del Estado.

Un caso especial es el de los operadores políticos o negociadores, quienes en su papel específico de intermediarios entre una fuerza opositora y el Estado o algún funcionario o personaje político específico, se benefician doblemente, pues de una negociación exitosa resultan favorecidos por el agradecimiento del patrón que les comisionó (con lo que aumentan sus bonos ante él), pero también de su relación amable, en buenos términos, con la fuerza política opositora (la cual querrá que sea él con quien tengan que negociar en próximos conflictos), todo lo cual redunda en su ubicación en una mejor posición que la que previamente tenía. La plusvalía política en esta situación se reparte entre el operador y el funcionario, además del representante o dirigente político que encabezó la movilización. Cada uno de ellos ganó parte de la plusvalía, en tanto que una mínima porción de lo que en la acción política estuvo en juego quedó, en forma de dádiva o concesión, en manos de los que la realizaron. Todo, a fin de cuentas, a cargo del erario.

6. El capitalismo político.

Si la extracción de la plusvalía en el ámbito económico define al capitalismo como modo de producción, entonces la extracción de la plusvalía política permite hablar de la existencia de un capitalismo político y definirlo como un modo de relación política, por establecer un paralelismo con el modo de producción en el plano económico. Y en esa línea puede hablarse también de un sistema de relaciones políticas y decir que las sociedades modernas son sistemas políticos en los que predomina el modo capitalista de relaciones políticas, toda vez que la explotación política por medio de la extracción de plusvalía a la manera capitalista es la dominante, e impone su sello a todo tipo de relaciones políticas que en ellas se establecen.

Así las cosas, puede hablarse, sin lugar a la menor duda, de la existencia de explotadores en el ámbito político y llamarles, con plena corrección burgueses de la política, como es posible y necesario considerar también la existencia de explotados políticos, y aún de excluidos, que son aquellos a los que ni siquiera en calidad de votantes se les aprecia.

Se despoja a los explotados de lo que produjeron y debiera ser suyo, de manera que ocurre lo que Holloway consigna como separación de lo hecho respecto del hacer, y la apropiación de lo hecho, de los medios del hacer y del hacer mismo por parte de los que ejercen el poder-sobre. Quedan así la omnipotencia de un lado y del otro la impotencia: explotados y explotadores una vez más contrapuestos, ahora en el campo de la política.

En el marxismo clásico las relaciones políticas ocuparían un lugar dentro de la superestructura de la sociedad, determinada en última instancia por la estructura económica, pero consideradas ahora estas relaciones como sistema, sin dejar de ser ubicadas en ese lugar, su importancia y su papel deben ser revalorados para reconocérsele una independencia que no tienen otras esferas de la superestructura social. Esto porque las relaciones políticas capitalistas pueden existir todavía mucho tiempo después de abolida la propiedad capitalista de los medios de producción, y surgieron mucho tiempo antes del nacimiento de ese tipo de propiedad, pues durante el esclavismo, en la democracia ateniense, al elegirse a los gobernantes por medio del voto de los pocos considerados en ese entonces ciudadanos y extraer de ellos la plusvalía generada con su voto se les explotaba a la manera capitalista.

La explotación política capitalista es, como puede verse, independiente de la explotación capitalista en el ámbito económico, toda vez que se ejercen en esferas diferentes, aunque es en este sistema económico en el cual se produce con mayor frecuencia aquella, debido a que la representación política es más común en ese que en otros sistemas económicos.

En ese mismo sentido debe considerarse también el hecho de que existe un margen mucho mayor para que aún dentro de un sistema predominantemente caracterizado por la explotación política capitalista vayan surgiendo y fortaleciéndose otro tipo de relaciones políticas no marcadas ya por la explotación. Puede verse esto perfectamente en la gran diversidad de órganos que ejercen su autonomía en el ámbito político, regidos por normas que no permiten la explotación política y que conviven con las relaciones dominantes en las que ésta predomina. Esto a partir de que con su autonomía, su autogestión, su comunitarismo y colectivismo se sustraen de esas relaciones dominantes. Ese sería el caso de las comunidades autónomas y de los órganos de poder popular.

El sistema político puede, por lo mostrado anteriormente, atrasarse bastante respecto del económico e incluso en algunos aspectos adelantarse en algunos sectores, aunque sean marginales respecto de la economía y la política del país..

7. Peculiaridades de la explotación política.

Vale la pena ahora hacer notar algunas peculiaridades de la explotación política:

1- La económica y la política son dos formas diferentes de explotación: los valores que en una y otra se producen son de distinto orden, de manera que no tienen por qué coincidir siempre ambas en una misma figura, pues aunque muchas veces el que explota políticamente también explota económicamente o contribuye a este tipo de expoliación, nada impide que quienes pretenden dirigir, e incluso quienes dirigen, a los oprimidos en su lucha por su liberación económica puedan incurrir en la explotación política. Efectivamente, en tanto incurran en la imposición de dirigentes o de la línea política, mientras exista la antidemocracia, el burocratismo o la exclusión en cualquiera de sus formas, y mientras haya desinformación o malinformación al interior de una organización política o social habrá explotación en ella, no importa qué tan radicales sean respecto de la liberación económica.

2- Si la explotación económica es grave, la política no lo es menos: puede serlo mucho más porque si la primera conduce a una existencia precaria que a veces llega a la franca miseria, la otra puede provocar lo mismo por la persecución gubernamental pero, además, llevar a la pérdida de la propia vida, como sucede cuando la represión provoca la muerte del participante en la lucha política. Un caso extremo de explotación política, el máximo grado concebible de explotación política, es el de los atacantes suicidas, los kamikazes entre ellos, quienes a cambio de determinadas expectativas ceden voluntariamente su vida misma, en un fenómeno estudiado ya por Michael Hardt y Antonio Negri como parte de su concepción de la biopolítica, aunque sin concebirlo como una explotación política.

3- No es privativa de la política institucional expresada en los partidos ni del movimiento social legal, sino que en ella puede incurrirse en movimientos no institucionales como los grupos armados rebeldes. Es así porque en ellos puede haber también esa enajenación del valor producido con la acción política y militar del combatiente, y ocurrirá esto en la medida en que sus fines y los de los dirigentes no coincidan plenamente, en particular cuando se manipula la información y cuando se impone burocráticamente a los dirigentes por valores como la antigüedad o una supuesta capacidad que es más de imagen que real, lo que sería sino una forma de mercadotecnia.

4- Es posible la existencia de la plusvalía relativa, obtenida por la utilización de formas de acción política nuevas antes de que se conviertan en recursos de uso generalizado. Esto equivale al aumento de la productividad de la fuerza política y permite entender el éxito de aquellas formas de lucha y acciones políticas que son novedosas y por lo mismo impactantes, así como el desgaste de aquellas cuyo uso se ha hecho común. Esto ha ocurrido a través de la historia tanto con las huelgas de hambre como con las manifestaciones, o los plantones o con la propagandización por medio de volantes, o con los periódicos murales. De ahí la importancia de elaborar nuevas formas de hacer política.

5- Se puede estar en calidad de explotador al mismo tiempo que de explotado, ya que un dirigente medio puede ser explotado por sus superiores y a su vez explotar a sus subordinados al reproducir con ellos los métodos antidemocráticos aplicados con él.

6- Se puede ser explotado pese a intentos deliberados de abstención de participación política. La fuerza política se posee por el solo hecho de existir en cuanto ser humano capaz de realizar acciones políticas, de manera que la explotación no está limitada a los ciudadanos, ni a quienes desempeñan una labor económicamente productiva o remunerativa, ni a quienes participan conscientemente en actividades políticas. A ello se debe que los niños son a veces un terreno en disputa para diferentes fuerzas políticas, ya que pueden realizar acciones políticas y con ellas producir un valor político del que alguien puede hacer uso. Ejemplo de ellos sería “el coro de los ángeles” de Sandino, o los niños que forman parte de los ejércitos tribales en África, o el de la leva forzosa de niños en El Salvador durante la guerra civil de los 70. Cualquier persona capaz de realizar acciones políticas las hace aún sin participar conscientemente en política, toda vez que ya las está haciendo al quererse abstener de ella y habrá quienes se aprovechen de su ilusoria abstinencia.

7- Limita la utilización de las capacidades que podrían desplegar los miembros de la comunidad, ya que desvía hacia otros fines y desperdicia el potencial transformador de su entorno que existe en cada ser humano y en cada colectividad en virtud de la fuerza política que por principio cada ser humano posee. Provoca por ello una sensación de enajenación en el individuo que percibe sus potencialidades desperdiciadas.

8- En los casos en que hay pérdida de vidas en la lucha por conseguir objetivos políticos deben incluirse estas pérdidas en el costo de aquellos, con lo que se hace mucho más evidente que el pago no recae equitativamente en todos los participantes de las acciones políticas realizadas sino en algunos más que en otros: algunos pierden tiempo, corren riesgos, sufren amenazas o golpes, en tanto que otros pierden la propia vida o la de sus familiares. Por lo tanto, puede no ser el mismo para los que dirigen que para los que se movilizan y para cada uno de éstos.

9- En razón del destacado papel que la democracia representativa desempeña en la sociedad moderna, la fuerza política de la mayoría de la población ha adquirido una importancia trascendental en la vida social, importancia que no tenía en otros tiempos, cuando no existía el sufragio universal ni los mecanismos de la democracia permitían quitar o poner funcionarios, impulsar o echar abajo políticas económicas, o comenzar o terminar guerras. Se han convertido en trascendentales formas de acción política o recursos políticos que hace poco más de cien años tenían poca o ninguna utilidad o ni siquiera existían, como por ejemplo el sufragio de las mujeres o de los menores de 21 años, los boicots parlamentarios, las demandas legales por inconstitucionalidad de las leyes, las huelgas de hambre, la objeción de conciencia, la no violencia, la desobediencia civil, ocupaciones de oficinas públicas o dependencias o tierras.

En la actualidad la importancia de la fuerza política radica en que es una cualidad de toda persona, de manera que es universal y es la última posesión de que el ser humanos dispone y puede vender, antes de su cuerpo físico y su capacidad para transgredir las leyes, pues cuando no posee ni su fuerza de trabajo, ni quiere convertirse en delincuente, ni vender su cuerpo o sus órganos internos, lo único que puede lanzar al mercado es su fuerza política. Así ésta se convierte en uno de los últimos bastiones de que el ser humano dispone en su lucha por la supervivencia en el mundo actual. Esto en razón de la importancia que ha adquirido en la sociedad moderna la democracia representativa, pues en otros tiempos no podía ser así.

10- La raíz de la explotación política se encuentra en la apropiación privada enajenante de la fuerza política, que permite el usufructo privado de los valores producidos por actos como una simple opinión en una encuesta o un voto emitido en una elección, o hasta la cesión de la vida misma, apropiación que no es mala por ser privada sino por ser enajenada.

11- La explotación política divide a la sociedad en dos grupos: los explotados y los explotadores de la fuerza política, es decir, en representantes y representados.

12- Al ser la fuerza política una mercancía hay lugar para que respecto de ella se dé el fenómeno del fetichismo de la mercancía, por el cual ocurre la cosificación, en el sentido lukacsiano, que hace que lo que son relaciones entre personas, en este caso las que existen entre el dirigente o representante y el individuo dirigido o representado, se perciban como cosas que escapan al control del individuo.

8. Condiciones en que es posible salir del circuito de la explotación política en diferentes campos.

Demostrada ya la existencia de la explotación política y que es propia de una gran diversidad de acciones y decisiones políticas, y planteada la posibilidad de establecer relaciones políticas que no se encuentren marcadas por la explotación habría que explorar cuáles serían las condiciones para ello. Esta cuestión, formulada a la manera de preguntas diría: ¿puede hacerse en realidad una política que no enajene al individuo y a la comunidad del producto de su fuerza política? ¿Y cuáles serían las condiciones para ello?

La respuesta a la primera es que sí. Y a la segunda tendría que responderse que para ello la política debería tener características como las ya señaladas respecto de la política en el ámbito electoral, aunque ahora generalizadas para abarcar tanto el ámbito electoral partidista, como cualquier acción o decisión política y la vida interior de todo tipo de organizaciones y comunidades en las que se realice actividad política, e incluso social. A ello deben agregarse otras referentes a otros aspectos:

1- El intercambio político entre, por un lado, la comunidad o los miembros de la organización y, por otro, los representantes o dirigentes, tendría que ser equivalente. El valor de lo obtenido de la acción política tendría que ser equivalente a lo pagado por ella.

2- El poder de decisión de los dirigentes o representantes debería estar acotado completamente, y para ello los mandatos tendrían que ser revocables en cualquier momento; e igual debería ocurrir con sus decisiones.

3- Debería ser castigada severamente cualquier violación de la voluntad de la colectividad o cualquier decisión que fuera en detrimento suyo.

4- La comunidad o los miembros de la organización tendrían que estar bien informados de las implicaciones de las acciones que desarrolle, así como de las que se contienen en cada una de las decisiones que deben tomar sus dirigentes o representantes.

5- Muchas de las decisiones que afecten a la comunidad o a las organizaciones deben ponerse en manos de los integrantes de ellas mismas, restringiendo al máximo el campo de las decisiones que los dirigentes pueden tomar sin consultar a nadie.

6- Las relaciones entre la comunidad o los miembros de la organización y los representantes o dirigentes o gobernantes debería tener como base una mayor equidad, o mejor dicho deberían ser simétricas, lo que requiere de una mayor democracia al interior de la comunidad u organización de que se trate y en particular en los mecanismos de la elección de éstos.

7- La comunidad y sus miembros en lo individual, así como los de las organizaciones, deberían contar con un gran margen de autonomía respecto de los representantes o dirigentes o gobernantes. Esto implica que la comunidad como tal y los individuos dentro de ella y dentro de las organizaciones tengan mayor margen de acción. Es cierto que eso disminuiría la eficacia de una comunidad o de una organización comparada con lo que podría obtenerse por una organización rígidamente centralizada a la manera de un ejército, con su mando único, pero no habría explotación y sería una ganancia infinitamente superior. Después de todo se habla de comunidades y de organizaciones en general no de ejércitos, aunque habría que entender que también éstos deben democratizarse lo más posible.

8- La autogestión debe buscarse en diversos ámbitos (económica, política, social, defensiva) para que la comunidad o la organización y sus miembros no dependan de la dirección o los responsables (la dependencia genera relaciones basadas en el poder entendido como formas de constreñir la acción humana).

9- Las relaciones políticas no basadas en la explotación no debe ser solo una expectativa, una promesa a cumplir en el futuro, en otras condiciones, sino que debe plasmarse en la política misma de la comunidad o la organización que pugne por el cambio social. Es en la lucha misma en donde deben plasmarse los valores propios de la política no explotadora, no al final.

10- Se deben correr los riesgos que conlleva la toma de decisiones colectivas, pero asumiendo todos la responsabilidad.

11- En general, la relación entre la dirigencia y la base deben ser simétricas.

9. Otros tipos de explotación política: tipo esclavista o tipo feudal.

A la concepción de la política como una extracción de plusvalía podría criticársele como una visión reductora de la lucha popular a relaciones puramente mercantiles y por eso llamarle mercantilista, y afirmar de ella que subestima las capacidades populares y denigra el papel de los representantes de la población y aún de los dirigentes populares, pero ¿qué tanto hay de eso? Debe aceptarse que es una visión mercantilista, pero no en tanto intento teórico, como esfuerzo de interpretación de las relaciones entre los participantes en acciones políticas y sus representantes o dirigentes en general, porque de esa concepción se desprende la posibilidad de que el intercambio no sea desigual, se vislumbran las condiciones en que podría existir equivalencia en el intercambio y la necesidad de que en la lucha política no se actúe como en un mercado en el que todo está sujeto al cálculo mercantil.

Esto último es algo concebible en el plano teórico y para que se diera en la práctica haría falta que de ambos lados de la relación se aportara algo cuyo valor fuera semejante. Con eso se rompería el circuito de explotación. Más todavía, es posible concebir, como más arriba se planteó ya, una situación en la que el intercambio sea desfavorable para el propio representante, como ocurre cuando éste paga su responsabilidad con la pérdida de su libertad o con su vida. Es concebible una situación tal y en última instancia a ello se debe la admiración y respeto que generan e inspiran los dirigentes que pierden la vida en la lucha popular: dieron mucho más que lo que recibieron, y ese reconocimiento es una compensación con la que de alguna manera se equilibra el intercambio, aunque sea póstumamente. No cabe duda, el pueblo, a fin de cuentas, es justiciero e intenta compensar, tal vez sin saberlo, el intercambio desigual cuando se produce a su favor.

Lo que sí sucede, efectivamente, es que cuando se incurre en un intercambio desigual, entonces sí hay una concepción mercantilista por parte del representante o dirigente, la acepte o no, o incluso aunque sea o no consciente de ello. Quizá ese sea el origen de la oposición que es dable esperar hacia esta concepción, que no sería sino algo similar a lo que ocurre en el campo de la economía, donde los principales opositores de la teoría de la plusvalía son precisamente los que la extraen y de esa manera explotan al obrero beneficiándose de su trabajo: pretenden hacerla invisible para que todo siga igual y no se cuestione su papel parasitario, pues sin ella no vivirían en cuanto explotadores de la fuerza de trabajo.

En suma, mercantilista no es la concepción que se propone sino la práctica que muchos dirigentes y representantes políticos realizan.

Ahora bien, es posible que parte de la oposición de representantes o dirigentes políticos a la concepción de la política como extracción de una forma particular de plusvalía esté basada en otras razones: ellos no incurren en relaciones de tipo mercantilista en realidad, pero caen en algo peor: en relaciones semejantes a las que hay entre los amos y los esclavos al no pagar nada en absoluto por la fuerza política de sus representados o dirigidos por ser estos cautivos por diversas causas de ellos (y he aquí que surge otro campo de investigación, el de las posibles causas de esa relación esclavista). Es perfectamente posible también pensar en la existencia de relaciones semejantes o análogas a las feudales en donde la cesión de pequeños feudos o porciones de poder sea el pago por los servicios prestados ¿o no es así como funciona el caudillismo o el caciquismo en las organizaciones políticas? La diferencia de estas formas de explotación de la fuerza política radica tan solo en que son más brutales y que en ellas ésta no adquiere la forma de mercancía, característica fundamental del capitalismo político.

Y en ambos casos, tanto en las relaciones de tipo esclavista, como en las de carácter feudal no haría falta que sojuzgaran siempre por la fuerza o la violencia a los enajenados de su fuerza política, pues después de todo el síndrome del Tío Tom o el de la orfandad son perfectamente comprensibles. Y en el caso de las relaciones políticas burguesas tampoco haría falta el sojuzgamiento por la fuerza: la inopia política hace ese trabajo: quien no participa de alguna alternativa corre el riesgo de morir políticamente, al dejar de tener esperanzas en un cambio para bien, muerte que puede ser tan terrible como carecer de un dios para el que es y quiere seguir siendo creyente.

10. El clientelismo como acción política productora de plusvalía política.

El clientelismo es un sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios. Existe una relación clientelista entre un funcionario y un sector de la población cuando aquél concede favores a cambio de cierto apoyo de éste, generalmente, aunque no exclusivamente, electoral; lo hay también cuando un dirigente político o social recibe el apoyo de sus bases a cambio de favores que les concede en función del lugar que ocupa en la organización.

En ambos casos existe el intercambio desigual que produce la relación asimétrica por la que el valor político producido por la acción de la fuerza política (el sector o la base social considerados) es apropiado por el poderoso de esta relación diádica, ya sea dirigente o funcionario, el cual por cierto no solamente puede desempeñar un puesto de elección popular sino que puede ser de cualquier otro tipo, e incluso no desempeñar ninguno oficial, como ocurre en el caso del caciquismo, tanto en el plano de las comunidades como en el de los sindicatos u organizaciones gremiales o de otro tipo. En cualquiera de estos casos esa relación clientelar se da, por parte del poderoso, en razón de que existe una fuerza política de la cual es factible extraer plusvalía y, de parte de los poseedores de la fuerza política, por el interés y la necesidad de obtener un determinado beneficio, aún a costa de vender ésta, que, por cierto puede ser la única posesión que tiene.

La hay también cuando la relación no es diádica sino triádica, por la intervención de algún intermediario, caso en el cual éste se apropia de parte de la plusvalía, como ya se señaló más arriba, en el punto 5, referente a la explotación en las diferentes formas en que puede desarrollarse la acción política. De un lado de la relación se encuentra el patrón y del otro los clientes, y en medio de ambos los intermediarios, vehículos del clientelismo, personajes que se encuentran en una situación especial, pues participan en las acciones políticas en una función que no se limita a su simple ejecución como uno de entre tantos participantes, sino que va más allá de eso porque son organizadores y planificadores que orientan y conducen a los demás en determinada dirección, dando un sentido específico a las acciones políticas al subordinarlas a los objetivos de los candidatos, dirigentes, representantes o funcionarios.

La existencia de los intermediarios permite ver que existe una circulación mercantil tanto de las acciones políticas como de los valores producidos por éstas, así como de la misma fuerza política: el papel de tales personajes es precisamente participar en esa circulación, llevando las diversas mercancías a sus respectivos consumidores, labor que les permite quedarse con parte de la plusvalía producida por la fuerza política.

Eso conduce, al igual que en la producción económica, a la existencia de un sector parasitario específico, formado por los intermediarios entre productores y consumidores de mercancías, parasitario en cuanto a que sin ser productores de plusvalía se apropian de parte de ella.

11. La contención del movimiento social como acción productora de plusvalía política.

¿Y qué decir acerca de lo que ocurre cuando acciones que podrían colocar a la comunidad o a los miembros de una organización en una posición ventajosa se detienen o se dejan de hacer a fin de evitar la derrota del adversario? Eso ocurrió precisamente cuando en la guerra contra la invasión norteamericana de 1847 Santa Anna, previo acuerdo con los invasores, no utilizó a plenitud las fuerzas de que disponía para la defensa del país, situación que se repitió en El Salvador cuando, según se dice, Joaquín Villalobos dejó de usar recursos que estaban bajo su mando en la Ofensiva Hasta el Tope de 1989; igual ocurrió después de las elecciones presidenciales de 1988 con los esfuerzos de la dirección del Frente Democrático Nacional para contener las protestas de sus seguidores y mantenerlas dentro del margen de la legalidad.¬¬¬

Ese tipo de eventos hace necesaria la consideración de que así como existen acciones políticas positivas o activas en el pleno sentido de la palabra, con perdón por la redundancia, existen otras a las que puede llamarse negativas o pasivas, que en realidad son acciones por omisión o defecto de otras acciones posibles. El primero hace referencia a las que se realizan efectivamente, la segunda a las que siendo posibles y hasta deseables para los intereses de los poseedores de la fuerza política dejan de hacerse y con ello se benefician sus contrincantes y se perjudican ellos mismos.

No obstante las diferencias que entre ellas puede haber las acciones negativas o pasivas son también productoras de plusvalía política: provocan una modificación de la coyuntura política al colocar al adversario en una situación favorable, como si la acción política hubiese sido realizada para él. Y así es en realidad, objetivamente, de tal forma que es él quien se apropia del valor producido.

Puede deducirse de esto que la contención de la acción política es una acción productora de plusvalía política, y puede realizarse tanto desde el campo del adversario de los poseedores de la fuerza política como desde dentro del mismo, o mediante una combinación de ambos esfuerzos. En cualquier caso el usufructuario de la plusvalía política es principalmente el adversario del movimiento social, aunque una pequeña porción de ella queda en manos de quienes desde su interior lo contienen. Esto puede extenderse a todo el campo de la lucha social en general y del movimiento social en particular.

Negociadores, dirigentes oportunistas y agentes infiltrados en el movimiento social son personajes que realizan este tipo de acciones políticas negativas y comparten la plusvalía con los beneficiarios directos. Su acción puede ir directamente encaminada a la contención del movimiento social o a la de algunas acciones políticas en particular porque cuando no es posible contener al movimiento en su conjunto puede bastar con la contención de algún tipo de actividades desviando la fuerza política hacia la realización de acciones de otro tipo, diferentes a las que podrían ser más útiles.

12 La provocación como acción política productora de plusvalía política.

Abortar acciones que de ser exitosas producirían una modificación desfavorable de la coyuntura para los poderosos, justificar la represión de un movimiento que va en ascenso y pone en riesgo el statu quo, o llevar a una organización o un movimiento social particular a una situación en la que se facilita la represión ¿no son acaso, desde la posición de los detentadores del poder, acciones políticas altamente valiosas? Lo son para ellos porque les producen un valor político, pero ¿cuál es su papel respecto de la contraparte, los perjudicados?

Aquí se hace necesario considerar la existencia de un tipo de valor propio de una especie particular de acciones políticas: el valor negativo, que es el que tiene una acción que modifica desfavorablemente la situación para la parte que la ejecuta. Este valor es producido por acciones indebidas e injustificables desde el punto de vista ético, o por acciones justificables desde cualquier punto de vista pero mal ejecutadas desde la óptica de su efectividad o realizadas en un momento inoportuno. La agresión contra personas ajenas al adversario; el ensañamiento contra el enemigo; la destrucción de instalaciones; el llevar la confrontación verbal a los límites en que la autoridad no tenga una salida digna y sin tomar medidas que hagan evidente las desventajas del aumento de la represión; la agresión contra fuerzas que pudieran neutralizar las agresiones o disminuir su riesgo; conducir a un movimiento legal y pacífico a la confrontación en el borde mismo de la ilegalidad. Todas éstas son acciones susceptibles de producir un valor negativo porque pueden empeorar la situación de quienes las realicen. Y es posible que la empeoren, ya sea porque justifican ante la opinión pública la represión contra la organización o el movimiento social, o porque disminuyen el espectro de las fuerzas aliadas o neutrales, y con ello contribuyen a aumentar las posibilidades de la represión.

Estas acciones, si se producen por falta de visión política o por mala planificación, o por simple irreflexión o reflexión insuficiente, es decir, por simple incapacidad o por un deficiente análisis o una incorrecta apreciación de la situación, pero sin la intención de causar daño a la organización o al movimiento, no son más que simples errores e insuficiencias, pero cuando son realizadas con la intención de perjudicar a la organización o al movimiento, entonces se está en el caso de acciones realizadas por provocadores, es decir, acciones de provocación, aparentemente planeadas y ejecutadas desde el interior de la organización o el movimiento, pero originadas en realidad en el adversario, toda vez que es desde él que se planean y ejecutan, aunque sea por intermedio de elementos incrustados en ellos.

Pueden ocurrir también acciones productoras de valor negativo realizadas de buena fe por integrantes de la organización o del movimiento social pero inducidas por elementos del adversario incrustados en su interior con el objeto de llevar a la organización o al movimiento a la realización de actos que habrán de serle desfavorables. Cuando eso sucede se trata de acciones realizadas al influjo de provocadores, de manera que quienes las ejecutan están cumpliendo los designios del adversario, pese a que creyeran favorecer a la organización o movimiento en el que participan.

En ambos casos las acciones políticas tienen valor negativo para la parte que aparece ante la opinión pública como su ejecutora, sin importar si en realidad ella lo hizo o no, en tanto que poseen valor positivo para la que las planeó.

Esa es la provocación: una acción política encaminada a justificar ante el público una reacción propia, ya preparada con antelación, por medio de la inducción en el adversario de una acción que le será perjudicial o de la intervención de agentes provocadores que por sí mismos ejecutan una acción política de esas características. En cualquier caso, la provocación es una acción política y como tal es productora de plusvalía política.

13. La posibilidad en México de una política sin explotación.

¿Se puede en México realizar una política sin el intercambio desigual que presupone la explotación política?

Como ya se dijo más arriba en el punto ocho, sí es concebible una política de esa naturaleza, a lo que habría que agregar que esto puede ocurrir solamente desde la izquierda, ya que su búsqueda desde la derecha implicaría una contradicción lógica irresoluble: el cese de la explotación política pondría en riesgo la explotación económica.

Desde la izquierda, efectivamente, pero si de México, en las actuales circunstancias y del ámbito electoral se trata, habría que puntualizar que la política electoral está tan impregnada de intercambio desigual que es prácticamente impensable en el corto plazo una modificación conducente a la eliminación de la explotación. Por el contrario, en la medida en que se ha visto aumentar las posibilidades de un triunfo electoral de la izquierda, o de lo que así se ha dado en llamar, y también en proporción directa con el acceso que han tenido sus dirigentes y cuadros medios a puestos públicos o de representación popular, no solamente se ha manifestado una inercia que conduce a la continuación de la explotación, sino que ésta se ha hecho para ellos cada vez más necesaria, tanto que ha llegado a convertirse en un factor indispensable para su existencia, en un elemento del cual no pueden ya prescindir: sin la plusvalía extraída no son prácticamente nada, no pueden ya subsistir con su forma parasitaria de vida, sobreviviendo a costa de la plusvalía extraída de la población o cuando menos de sus bases. Ser o no ser es su dilema, y ellos, hasta donde se ha visto, han decidido ser, aún a costa de convertirse de forma permanente en unos más de los burgueses de la política.

Síntoma de ese estado de cosas son los malabares que hacen algunos de los dirigentes de esos partidos al pasar de uno u otro de los extremos del espectro político con tal de no perecer, como lo es también que los partidos aceptan a cualquier persona como su candidato, sin importar su ideología o sus principios o falta de ellos, con tal de ganar una posición política, o que representantes del neoliberalismo se hagan dirigentes de partidos de discurso antineoliberal o que gobiernos autodefinidos de izquierda repriman al movimiento social mucho más rudamente que los de derecha.

Los partidos que han decidido jugar en el terreno del adversario han debido someterse a sus reglas, las cuales presuponen el intercambio desigual. Por eso desde ese momento cada vez les resulta más difícil dejar de ser cautivos del sistema que a su vez reproducen y con el que hacen cautivos a quienes le ceden la plusvalía que producen. Con su acción, a pesar de sus manifestadas intenciones liberadoras, se empantanan progresivamente en ese mundo y al mismo tiempo que se benefician de la explotación de la población contribuyen a eternizarla.

En esas condiciones es evidente la dificultad para que desde la lucha electoral se haga política sin explotación: nada fácil es creer que los partidos que actualmente desarrollan esa forma de lucha deseen ser un dispositivo de autodestrucción, pues el cambio hacia una política sin explotación puede lograrse solamente desde una ruptura sistémica, desde un movimiento social que niegue por principio y desde el principio cualquier extracción de plusvalía.

14. Liberación y explotación política.

Si se hablara exclusivamente de la explotación política y se le mirara como un ente aislado del contexto social, la liberación implicaría no más que lo ya señalado en el punto siete, pero puede abarcar mucho más si se toma en cuenta que se encuentra en el punto preciso de confluencia de la desigualdad y del dominio, ya que tiene que ver con la distribución de una forma particular de valor (valor político en este caso) y al mismo tiempo con el poder, debido a que de alguna manera es también una relación de poder específica. A fin de cuentas es productora de valor político y de dominio. Además, se relaciona estrechamente con la exclusión, debido a que existe un esfuerzo del sistema electoral en su conjunto por retirar al ciudadano lo más posible de la toma de decisiones políticas y reducirlo a un simple votante que tiene derechos como tal exclusivamente en el instante preciso de emitir su voto

Esta particular posición de la explotación política hace que la liberación pueda concebirse solamente en un marco que abarque todos y cada uno de los campos que son tocados por ella, lo que quiere decir que el problema de la liberación respecto de la explotación política puede lograrse solamente a condición de que sea completa y comprenda también la liberación de la explotación económica, de la opresión, y de la exclusión.

Esta concepción de la liberación o liberaciones implica una ruptura radical del sistema, ruptura que para ser completa debe ser no solamente con lo que de él tenemos enfrente, sino también como lo que de él hay en las filas de las fuerzas del cambio. Esto último es lo más difícil porque siempre es más fácil repeler al contrario cuando la línea de defensa está bien definida que cuando ha penetrado ya las líneas interiores. Esa ruptura requiere tanto de una nueva praxis como de un nuevo marco conceptual que prescindan lo más posible de acciones y términos que lleven en sí o presupongan en su desarrollo el de lo que pretenden combatir, porque de otra manera nunca el cambio será posible, al menos no para bien.

Nuevos conceptos, nuevos enfoques, nuevos encuadres se hacen necesarios al internarse en terrenos insuficientemente explorados todavía y en los que no existen caminos andados y en los que no basta con la terminología en uso. Mucho más ocurre esto en la lucha social, donde hasta el terreno aparentemente conocido se ha transformado profundamente en las últimas décadas. Nuevos sentidos comunes acordes con la realidad contemporánea y opuestos a los falsos que se pretende imponer desde el imperio, nuevas formas organizativas que eliminen de sí mismas lo que pretenden abatir, que reconstruyan sobre bases nuevas, acordes con las nuevas situaciones los tejidos sociales debilitados ya por la estrategia de la dominación de espectro completo, eso se requiere con carácter urgente.

En ese entendido, la liberación política, y la liberación en los otros ámbitos no se logrará en tanto no se recupere ese poder-hacer o potentia del que Holloway habla, y se revierta esa diaria producción del poder-sobre o potestas a la que casi toda la sociedad contribuye re-creando su propia subordinación. No se logrará si no se implica en ella la sujetización de los individuos y de las colectividades y comunidades humanas, lo que puede conseguirse solamente terminando radicalmente con la objetización en que se basa la explotación política y que le es intrínseca, inseparable. El ser humano tiene que dejar de ser objeto para poder convertirse en sujeto, esa es la ineludible condición de su liberación, de su emancipación, o más específicamente de sus liberaciones.

El Estado, el poder, las clases, los objetivos, la estrategia, la táctica, deben verse bajo una nueva óptica, para detectar en ellos los nuevos aspectos y matices que ahora es posible percibir y poder ir más allá de lo que se ha ido hasta el momento presente.

Ese nuevo marco conceptual no implica considerar, como lo hace Holloway, al Estado como una forma de relaciones sociales capitalistas per se, como si cualquier tipo de Estado fuera capitalista o llevara en sí los gérmenes de capitalismo. No si por capitalismo se entiende un modo determinado de producción en el que se extrae la plusvalía económica producida por la fuerza de trabajo convertida en mercancía, porque entonces habría existido la producción capitalista desde que surgió el Estado, aunque sí sería exacta su afirmación si, por una parte, el concepto “capitalismo” hiciera referencia exclusivamente al capitalismo político, un modo particular de relación política en el que se extrae el plusvalor generado por la fuerza política convertida en mercancía, y si por otra se refiriera también exclusivamente al Estado basado en la representación política fundada en alguna forma de democracia, aunque fuera limitada.

Esto significa que no es el Estado en cuanto tal el que es una forma de relaciones sociales capitalistas, sino que es la representación política, cuando conlleva el intercambio desigual y la consiguiente explotación política, la que es una forma de relación social capitalista. Solamente cuando un Estado se basa predominantemente en una representación con esas características, entonces sí puede decirse de él que es una forma de relaciones sociales capitalistas. Esta situación puede extenderse, como sucedió en la práctica de los países del llamado socialismo real, más allá de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, porque no se terminó con el intercambio desigual respecto de las relaciones políticas. Eso es hacia delante, pero también hacia atrás se extiende más allá del surgimiento del modo de producción capitalista, toda vez que en la democracia ateniense o en el senado romano, al elegirse mediante el voto a los gobernantes o a los integrantes de ese cuerpo colegiado, se extraía ya desde ese entonces la plusvalía generada con el voto de los ciudadanos, aunque éstos formaran una minoría en la sociedad, por lo que puede decirse que había capitalismo político en las relaciones de los ciudadanos y sus representantes, pese a estar incrustado en medio del esclavismo económico.

La representación política se encuentra siempre en la raíz de la explotación política capitalista (de ésta solamente, porque no hay representación capitalista en sentido estricto cuando la fuerza política y el valor político no son mercancías, como ocurre en la explotación política realizada a la manera esclavista o feudal), pero la relación representación y explotación capitalista no es de fusión ni de inseparabilidad, pues no siempre que existe representación hay forzosamente explotación política capitalista: hay que reconocer que en los primeros momentos de las revoluciones socialistas, de las revoluciones burguesas o del triunfo de los movimientos de liberación nacional, el intercambio no ha sido desigual, toda vez que en esas excepcionales circunstancias, con el cumplimiento de las demandas más urgentes del pueblo, sí se ha realizado un intercambio más o menos equitativo, y es poco a poco como se ha ido sustituyendo esa equidad por el intercambio desigual. En esta tónica también es fácil entender que en los primeros momentos del surgimiento de muchas organizaciones políticas, al responder los dirigentes a las expectativas y necesidades generadas en los integrantes de dichas organizaciones, el intercambio puede ser equitativo, de ahí el apoyo irrestricto con que cuentan en esas condiciones. Aquí también es generalmente en forma gradual como aparece y se va haciendo más evidente la desigualdad del intercambio, hasta que llega un momento en que con el surgimiento de nuevas necesidades se hace necesaria una nueva representación que en los primeros momentos sí realiza un intercambio equitativo, para poco a poco irse convirtiendo en desigual.

Esto no quiere decir que carezca de importancia el problema del Estado en cuanto tal, por el contrario, sabiendo que dentro de los mismos instrumentos para el cambio puede llevarse el germen que contaminará cualquier nueva sociedad que se construya, se hace más necesario que nunca reflexionar en él con la más amplia y a la vez más profunda visión que permite el internamiento exploratorio y a la vez crítico y creativo en el siempre desconocido terreno de la construcción de la nueva sociedad. La asepsia y la antisepsia son más necesarias y urgentes cuanto más se identifica la posibilidad de contaminación, no importa que en algunos aspectos carezcamos de la certeza en el futuro que caracteriza a quienes creen conocer lo que éste les depara pero no se cuidan de mantener en estricto estado de limpieza sus instrumentos sin tomar en cuenta que éstos son ya parte de ese futuro. La experiencia de tantas revoluciones fracasadas pareciera no haber servido de nada.

Lo que sí es indiscutible es la necesidad de contemplar la liberación política como uno de los objetivos más importantes de la lucha popular y de empatarla con las otras liberaciones: de otra manera nada se logrará a fin de cuentas, ni en una ni en otra, como no se logró nada duradero con las experiencias del socialismo real. De nada sirven los planos de un edificio que aparentaba ser perfecto, pero que se derrumbó por completo, de nada, como no sea para conocer lo que no se debe hacer. Lo que se pueda lograr se hará construyendo al mismo tiempo que se conoce. Después de todo cierto grado de incertidumbre es mejor que la certeza del desplome.

Jacobo Silva Nogales.
2 de febrero de 2010.
Ciudad de México.
agaleanovenas@gmail.com
http://jacobosilvanog.blogspot.com

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