Más alla de la antípodas

martes, 9 de febrero de 2010

MÁS ALLÁ DE LAS ANTÍPODAS

Si me preguntan qué es y cómo es la experiencia carcelaria diría, para comenzar, que es algo estrictamente personal, individual e irrepetible, que se puede vivir de múltiples, variadas y hasta contradictorias maneras que pueden ir desde una en que la cárcel no es más que una extensión, una prolongación de lo que la vida ha sido siempre hasta antes de caer en ella y que por eso no es sino uno de tantos lugares de tránsito por los que se ha pasado, sitio indistinto de otros muchos y que lo mismo son puntos de paso que de llegada o de partida hacia cualquier lado o hacia ninguno, que es lo mismo, hasta aquella otra en que es una experiencia que trastorna totalmente la existencia y modifica todo lo que se ha sido, todo lo que se es y todo lo que se ha deseado ser y llega a ser tan traumática como para hacer perder su sentido a la vida y llegar a aborrecerla.

Adaptación sin esfuerzo de un lado, suicidio del otro, esto porque tan diferentes son las cárceles entre sí como lo son las personas que en ellas se encuentran.

Ahora bien, delimitado el campo a la prisión de máxima seguridad se puede ser más específico, más preciso y más categórico, con mayor razón si se acota el tema a lo que es una prisión de esa naturaleza para un preso político. Esa es la experiencia que directamente conozco y de ella puedo hablar con la seguridad de lo que se ha vivido durante años y a través de épocas tan distintas entre sí que pareciera no ser posible pasar de una a otra.

Siendo ese el caso, el encarcelamiento de máxima seguridad, el ser prisionero de la cárcel más segura del país es una experiencia multifacética, interesante y hasta enriquecedora si se quiere y se tiene una mínima conciencia crítica de sí mismo y de los demás y cierta dosis de curiosidad intelectual, experiencia que puede estudiarse en diferentes dimensiones, cabe decir, en las distintas áreas en que se puede dividir, dependiendo cada una del aspecto específico que se desea enfocar.

Por cierto, cabe aclarar que para cada individuo cada uno de los aspectos o dimensiones tendrá diferente grado de importancia en dependencia de las características estrictamente personales, fundamentalmente, pero también del momento específico en que el análisis se emprenda, ya que nunca será lo mismo mirar las cosas cuando se acaba de llegar, recién capturado y con el dolor de la tortura revivido y temerosamente esperado a cada voz, o paso cercanos, que cuando se lleva varios años encerrado y se está habituado a la rutina carcelaria, o cuando se está a punto de salir o se cree estarlo, o cuando las rejas y los muros no son más que un recuerdo cada vez más débil por lo lejano y comienza a actuar la inevitable y saludable selectividad de la memoria.

Desconcierto, miedo, incertidumbre, coraje, esperanza, amargura, resentimiento, indiferencia o desdén, ya sea forzado o auténtico, predominarán en uno u otro momento, aún cuando todas esas sensaciones, emociones o sentimientos imprimirán su huella a cuanto se pueda decir o hacer en cualquier momento respecto de la cárcel, ya sea que se esté en ella todavía o ya no. Y si se dijera que la huella es nula sería, tal vez, porque se le lleva por dentro, tan fuertemente impregnada que cubre hasta la sinceridad y llega al deseo de anularla y expulsarla de la memoria para que solamente quede en el currículum.

¿Cuáles serían, pues, las dimensiones que puedan considerarse en la experiencia carcelaria de máxima seguridad?

Como la de cualquier otra cárcel, aunque con las peculiaridades propias de un aislamiento extremo, de una indefensión del reo llevada casi hasta el límite, y de una vigilancia total, la experiencia carcelaria de máxima seguridad tiene una dimensión biológica, como tiene también una psicológica, una ética, una política, una estética, una lúdica, una sociológica, una jurídica, una filosófica y hasta una militar para quien ha sido rebelde.

Una dimensión estrictamente biológica hecha de riesgos, temores y precauciones porque de alguna manera está en riesgo la supervivencia, porque está en juego la integridad física mientras se está tras los muros y porque es muy posible que queden secuelas que tienen que ver con la salud aún durante mucho tiempo después de haber salido a la calle.

¿Está en riesgo la supervivencia? Desde luego que sí, si se toma en cuenta que para un preso político y para muchos presos comunes la experiencia comienza con la tortura, ya sea porque esta es una extensión de la cárcel o porque más bien ésta lo es de aquella y puede decirse, a la manera de Clausewitz, que la prisión de máxima seguridad es la continuación de la tortura por otros medios, y todos sabemos que algunos no salen con vida de ese primer escalón. También está en riesgo si se considera que en el "Altiplano" ha habido cuando menos tres asesinatos de presos cometidos por presos y cuando menos dos causados por oficiales de custodia y que cerca de veinte presos se han suicidado y que se han realizado innumerables intentos de suicidio, uno de ellos productor de un estado vegetativo, y muchos intentos de homicidio. Esto significa que a contrapelo de su nombre no es un lugar en el que exista máxima seguridad, al menos no para los presos, de manera que sobrevivir es ya una victoria.

Las cifras parecen pequeñas, pero si se toma en cuenta que hasta el momento ha habido poco menos de 2500 presos en el "Altiplano" desde su fundación hasta la fecha en que esto se escribe, esto quiere decir que se ha suicidado el 0.8% de la población penitenciaria y que fue asesinado el 0.2%, y si esos índices existieran para el conjunto de la población nacional significaría que de los cien millones de habitantes que en números redondos hay en el país se suicidarían 800 000 y serían asesinados 200 000, lo cual sería alarmante y significaría que ser mexicano conllevaría un riesgo enorme de perder la vida por homicidio o suicidio.

Está en riesgo la integridad física también porque no es fácil resultar ileso en un lugar que es dirigido por personas que se preocupan por cubrir las formalidades que lo pongan a salvo de cualquier problema legal, pero en el que no existen mecanismos para corroborar que efectivamente se cumpla con salvaguardar la salud de los presos, pues existen el diagnóstico y la prescripción de medicamentos pero no el suministro eficaz y completo de ellos, ya que es común que se interrumpa a la mitad o en cualquier momento. Esto es particularmente notable en el caso de los enfermos crónicos, a los que constantemente se les niegan sus medicamentos; se prohíbe a los presos de las áreas de Tratamientos Especiales y de Máxima Seguridad y a otros a realizar cualquier ejercicio físico, ¡incluso caminar! Y cuando alguien se enferma y debe ser encamado en el área de enfermería se le inmoviliza esposándolo a la cama, con lo que se agrega un padecimiento adicional, innecesario y forzado al otro que es ya de por sí fuente de molestias; por eso muchos prefieren aguantar el dolor antes de ser encamados.

Hay riesgos de que queden secuelas en la salud después de salir de la cárcel porque ¿cómo podría resultar ileso un cuerpo que se ve obligado a no hacer ejercicio? ¿O uno en el que se ha generado una gran tolerancia a los antibióticos y a diversos medicamentos? ¿O un o al que se mantiene en un estrés constante? ¿O uno al que se obliga a permanecer con la luz encendida día y noche?

No para todos es similar el problema de la supervivencia, por supuesto, ni en todo momento es igual para la misma persona, pues hay momentos críticos para todos, como el trayecto desde el portón de la entrada hasta la celda, situación en la que ocurrieron los dos homicidios causados por oficiales de custodia, y situaciones específicas de riesgo para algunos, como la de aquel que después de denunciar a dos funcionarios policíacos y exhibir a uno de ellos como su torturador y a ambos como protectores de bandas delictivas se le llevó a servicio médico para operarlo por sinusitis, pese a que jamás había padecido tal enfermedad ni se le diagnosticó por parte de los médicos durante su estancia en la cárcel, por lo que al interpretarlo como un intento de homicidio se negó a firmar la autorización para que se interviniera quirúrgicamente; O como la de aquellos que cada que salían de sus celdas para recibir su visita y llegaban al área en que no había cámaras eran agredidos con patadas por elementos de la Policía Federal Preventiva, situación que llevó a uno de ellos a desear que su familia dejara de visitarlo, para no tener que pasar por ese lugar, y no por el dolor que le causara sino por la impotencia experimentada.

Si llega a ser preferible no ver a la familia o no ser atendido médicamente es porque resulta más riesgoso ejercer lo que se supone es un derecho que perderlo, y eso significa que la integridad física y la supervivencia están en un peligro nada desdeñable.

Vida y muerte, integridad física y daño, extremos de la dimensión biológica, todo enmarcado por la complicidad y la impunidad que hacen posible que tan criminales sean los representantes de la autoridad como los presos, y convierte la cárcel en un sitio tan peligroso o quizás más que la calle misma, y no pese a la omnipotencia de la autoridad sino a causa de ella precisamente.

La experiencia carcelaria tiene también una dimensión psicológica, compuesta de adrenalina, de reflexiones en solitario y modificaciones conductuales, que puede ser de enorme interés tanto intelectual como práctico porque implica un proceso de adaptación a un medio extremo, totalmente ajeno y hasta opuesto al que antes fue habitual; porque la caída, la soledad y la vulnerabilidad experimentadas son propicias a una introspección que puede ser fecunda o destructiva, y porque difícilmente podrían no quedar secuelas en la salud mental a raíz de esa soledad, del abuso de parte de las autoridades y de la influencia de la diaria interacción carcelaria.

No carece de interés ni de importancia ese proceso adaptativo porque se realiza en medio de inevitables aunque a veces casi imperceptibles conflictos de todo tipo, que pueden no ser únicamente con los demás sino también, y quizás predominantemente, con el yo interior, toda vez que esas cercanas y obligadas presencias son a veces capaces de poner al descubierto los contrarios que en el propio ser hay y cuyas voces y antagonismos pueden no percibirse en un ambiente favorable, pero producir revelaciones, desgarramientos y catástrofes completas, como ocurre siempre que el medio es adverso. Para ejemplificar esto puede bastar el dato de que en el área femenil de una prisión de menor seguridad había un índice de más del 80% de relaciones lésbicas o bisexuales, lo que en una de máxima seguridad no ocurre solamente por la vigilancia, porque sin ésta el índice podría ser bastante elevado, o al menos mayor que el promedio en el mundo exterior.

¿Y cómo no podría haber conflictos si de lo que se trata es de aprender a convivir con personas tan especiales como solamente pueden serlo los delincuentes considerados más peligrosos del país?

Desde luego que hay razones de sobra para el surgimiento de problemas con los demás, porque si es cierto que el promedio de sicópatas en las cárceles es de 25%, debe ser mucho mayor la proporción en una de máxima seguridad debido a que son traídos aquí muchos de los que en otras son considerados indeseables por ser demasiado agresivos y problemáticos o incorregibles y por lo tanto extremadamente peligrosos, lo que quiere decir que a muchos de ellos se les califica como sicópatas y cuando menos comparten algunas características con los que lo son. Por supuesto que la vigilancia disminuye hasta casi anular el riesgo que podría haber comparado con el que habría en una cárcel normal o en una calle o callejón de cualquier ciudad en que eso llegara a suceder, pero no lo elimina por completo y siempre hay margen para una sorpresa, y por eso se debe ser bastante cuidadoso y adaptarse lo más rápidamente posible a tan especial situación.

No termina ahí, en las dificultades del proceso adaptativo el interés o la importancia de la dimensión psicológica sino que puede extenderse más allá, a los efectos que produce ya no en relación con los demás sino con el diálogo interior que la soledad, la indefensión y el revés propician y que puede conducir a conclusiones y a situaciones que jamás habrían ocurrido en situaciones normales. Baste para ello considerar que Don Quijote de la Mancha surgió del cautiverio y la prisión de Cervantes, como la Logoterapia del internamiento en un campo de concentración de Víctor Frankl o como "El Apando" y "Muros de agua" de la cárcel de José Revueltas, al mismo tiempo que cientos de otros presos han resultado destruidos psicológicamente, enloquecidos u orillados al suicidio súbito de la soga o lento de las drogas por experiencias similares. Muchas cosas, venturosas unas, desgraciadas otras, pueden surgir de una prisión y en particular de los soliloquios que propicia. ¿Por qué en unos casos lo primero y por qué en otros lo segundo? ¿Por qué a veces la creación y a veces la destrucción? ¿Es posible extraer un valor terapéutico de lo que para muchos es sinónimo de influencia destructora, desintegradora de la personalidad? Es posible y valdría la pena intentarlo, seguramente.

¿Y qué decir de los efectos a largo plazo que en forma de secuelas de la cárcel o de una especie de shock postcarcelario quedarán cuando se haya retornado al mundo exterior? Difícilmente podría pasar sin dejar huella en el carácter y la personalidad la soledad, el abuso cotidiano, la supervigilancia y el diario estrés, como lo consignan quienes han estudiado la conducta individual y de masas en condiciones extremas, como B. Bettelheim o A, L. Vischeer: y que han usado el término de "Barbed wire disease" o "Enfermedad del alambre de púas" para designar los efectos producidos por la permanencia en campos de prisioneros de guerra y en campos de concentración. "Síndrome de máxima seguridad" podría denominarse a lo que produce en el ámbito psicológico el "Altiplano" y prisiones similares.


La dimensión ética, fabricada de dilemas, elecciones y a veces de crudas morales o satisfacciones íntimas, se pone de manifiesto al considerar la convivencia como un proceso de inmersión en un medio contrario a la naturaleza social del hombre, medio hobessiano el que predomina una ética no solamente diferente y totalmente antisocial en el que se está sujeto a la presión del entorno en un sentido contrario a los valores promedio vigentes en la sociedad; o al tomar en cuenta que la cárcel puede ser una prueba de fuego a que se someten los principios sostenidos hasta ese momento; o porque puede haber efectos de largo plazo en el sistema de valores y en la visión general del mundo y por lo tanto en la vida futura aún después del excarcelamiento.

Por supuesto que vale la pena considerar esta contraposición entre lo que un individuo es y lo antisocial que caracteriza al entorno porque en ese proceso de interacción se corre el riesgo de descubrir y sucumbir al demonio del pragmatismo más ruin bajo la forma de la adaptación acrítica y sin principios a las normas vigentes en el mundo de la delincuencia. Prueba que puede ser de fuego; práctica que puede ser punto final; proceso que puede desembocar en metamorfosis inverso a la de la mariposa e inverso también a la que de un delincuente menor hizo surgir a Malcom X o a personajes como el principal de "La batalla de Argel" o de "En nombre del padre". Prueba crucial en la que seguir siendo lo que se era es para un preso político signo de victoria.

Hay dilema, hay elección y puede haber victoria o claudicación, o drama, inclusive, porque la defensa de los valores propios puede convertirse, si no se hace inteligentemente, en una permanente contraposición y choque con la mayoría de la población penitenciaria. ¿Cómo hacer inteligente esa defensa? ¿Cómo compaginar los principios con la necesaria solidaridad que reclamaran los demás y que puede llevar a complicidades con acciones abiertamente delictivas e inmorales, o cuando menos comprometedoras?

Y si cabe pensar en que los efectos de esta convivencia con los presos comunes tiene sus secuelas en la escala de valores que se sostendrá después de haber sido liberado. ¿Qué podría decirse respecto a la hostilidad y el abuso de las autoridades y del personal de custodia? Alfonso Dantés, de "El Conde de Montecristo", es un ejemplo de lo que puede ocurrir, como lo es Jean Valjean de "Los Miserables", pero hay otros que no son tan edificantes porque el odio y el resentimiento personales, unidos al aprendizaje y a la rumiación pueden hacer que el afán de venganza dejen en un segundo plano cualquier valor previo a la caída en prisión. Ilustrativo de esto es el siguiente diálogo, narrado por un profesor:

-Profe, quiero decirle que cuando yo salga se cuide si algún día me mira en la calle.

-¿Por qué dice eso si yo no le he hecho nada?

-Usted no me ha hecho nada profe, pero aquí muchos se han pasado de lanzas conmigo y yo no voy a buscar a quien me la hizo sino a quien me la pague.

En el mismo sentido es la acción desplegada por los comandos formados por ex- prisioneros de campos de concentración que se dedicaron a ejecutar ex- guardias de esos sitios.

¿Cómo evitar confundir justicia con venganza, o perdón con olvido o cobardía? ¿Qué es lo propio de un luchador social en ese aspecto? En la ética puede estar la respuesta o por lo menos una aproximación a ella, de ahí la importancia de esta dimensión, toda vez que quiéralo o no, consciente o inconscientemente, tarde o temprano un preso político se moverá por ella, y lo hará mejor si lo hace a sabiendas, con la más completa comprensión de sus implicaciones y posibilidades.

Hecha de evaluaciones, de compromisos y acciones, la dimensión política es fundamental porque tiene que ver con la manera en que la experiencia penitenciaria puede influir en la posición política del preso y, por ende, en la congruencia que cabe esperar en quien fue encarcelado precisamente por su participación en la lucha social en cualquiera de sus formas. Se relaciona también con la manera en que va a desarrollar la lucha social dentro y desde la prisión, si es que decide hacerla, porque es posible que decida no realizarla, Tiene que ver también con la proyección y la construcción del futuro que va a tener también en cuanto a luchador social si es que va a serlo al salir.

Cabe señalar que en este ámbito, cualquiera que sea el nivel de seguridad de la prisión, ésta puede ser vivida en diversas formas: desde aquellas en que se le experimenta como una derrota total, así sea personal, una catástrofe, un derrumbamiento de todo lo que hasta el momento le había dado sentido a la vida o cuando menos había servido de base a una concepción del mundo y a una actitud ante la vida, hasta aquella en que es tomada solamente como un pequeño alto en el camino, una simple pausa que estaba considerada como un riesgo calculado de muy probable ocurrencia, un evento de tantos que en nada alteran ni la posición política ni la visión de cualquier tipo, pasando por aquello en que es tomada como una oportunidad para incursionar en otros campos de la lucha social con un enfoque ampliado y mas fecundo que modifica para enriquecerla, la posición mantenida previamente, Extremos que van desde el lastimoso"¡quiero salir a cualquier costo, sin importar las condiciones !" al orgulloso "¡a lo que venga, al fin que ya sabía que esto podría ocurrir!" retratan los márgenes en que es posible nadar en las aguas de esta dimensión.

En otro sentido, la cárcel puede concebirse y vivirse como un terreno aislado de la lucha social y hasta del mundo exterior, en el que la única preocupación debe ser la de sobrevivir y esperar a que se cumpla la sentencia o se obtenga la libertad por la presión del movimiento social o porque la lucha jurídica realizada por los abogados o, por el contrario, tomarla como una prolongación del mundo exterior en la que puede y debe desarrollarse también una extensión de la lucha que afuera se realiza; en este caso surge la necesidad de hallar las formas específicas en que puede desarrollarse en condiciones especialmente diseñadas para romper o disminuir al máximo esas posibilidades ya que la prisión de máxima seguridad es más que un exilio, pues el estar ahí es hallarse más lejos todavía que más allá de las antípodas, con la cabeza a puntando hacia donde siempre han apuntado los pies.

¿Cómo desarrollar una lucha social donde se restringen las visitas a los familiares más cercanos y a unos pocos amigos a los que con cualquier pretexto se les niega el acceso? ¿Y si las llamadas telefónicas se restringen a los familiares y a diez minutos por semana cuando mucho y se cortan apenas se insinúa una entrevista? Y si se impide el acceso a periodistas durante las audiencias judiciales cuando se supone que debieran ser públicas? ¿Y si se prohíbe al reo leer periódicos y revistas?

En otras cárceles se puede orientar desde el interior acciones realizadas por el movimiento social, pero eso es sumamente difícil de realizar desde aquí, sobre todo si se es de los catalogados como más importantes, e indudablemente tendría repercusiones en la vida carcelaria tales como provocar un aislamiento total o casi total que resultaría contraproducente y podría dificultar hasta la lucha jurídica y con ello retardar la libertad. Por supuesto que resulta de interés el resultado obtenido en esta búsqueda, pero también la búsqueda misma y los intentos que se realizan porque hay un amplio campo para la creatividad o para la frustración. Gramsci mostró una posibilidad con sus "cuadernos de la cárcel", como Mumia Abu Jamal lo ha hecho con sus ensayos, por señalar tan solo a algunos de los más conocidos que han estado más allá de las antípodas.

Tiene que ver con lo anterior el proceso por el que desde la cárcel misma se va construyendo la inserción en el movimiento social para cuando se salga, pues las circunstancias específicas de un rebelde pueden dificultar ese proceso de adaptación a la lucha política en el movimiento social o hacer ésta muy riesgosa, y tiene que ver porque si no se desarrolla ninguna lucha desde adentro el aislamiento carcelario cumplirá su objetivo y se transformará en aislamiento postcarcelario o en una desadaptación social que podría dar origen a futuros conflictos con los demás integrantes del movimiento social y consigo mismo y que por el desfasamiento producido por la incomunicación será mayor mientras más tiempo se permanezca en prisión y más aislado se haya permanecido. ¿Cómo puede evitarse esto o disminuir sus efectos? Esa es una tarea o un área propia del aspecto político en que a todo preso de esa categoría debe reflexionar.

¿Cuál podría considerarse la dimensión estética de la experiencia carcelaria? De percepciones plásticas y poéticas, de imágenes visuales, literarias y musicales está hecha esta dimensión y pueden hacer uso de ella quienes tienen suficiente sensibilidad artística como para detectarlas, concebirla y disfrutarlas, inclusive, pese a lo desagradable del entorno, o quizás gracias a eso; está formada también por el enriquecimiento de la personalidad y de la sensibilidad que implica la desgracia si se quiere, o la oportunidad si se sueña todavía, que conlleva pasar por lo que muy pocos pueden vivir, incluida la tortura, y por las posibilidades que representan las imágenes, las vivencias y las reminiscencias emotivas que de esa experiencia quedan, más que como un residuo negativo o un pasivo como un activo, un haber que puede algún día realizarse, así como por lo que se logra plasmar en un objeto artístico, ya plástico, ya poético, ya literario o musical en la cárcel misma, aprovechando los estados de ánimo que la cárcel genera y que quizás jamás se volverán a experimentar.

Efectivamente, todo, absolutamente todo tiene un aspecto que puede apreciarse desde el ámbito propio de la estética, pese a lo poco atractivo y hasta repugnante o lamentable que pueda parecer desde otros puntos de vista y a despecho de lo destructivo que pueda resultar: hay estética en unos zapatos viejos, inservibles como tales, como lo mostró Van Gogh; en un borracho, como lo evidenció Toulousse Lautrec en unas prostitutas como lo demostraron él mismo y Picasso; en un hombre en la cruz, como lo ejemplificaron El Greco y cientos de otros pintores o Fray Miguel de Guevara en poesía con su "No me mueve mi Dios para quererte..." o en un fusilamiento como lo hicieron ver Goya y Manet; o hasta en una carroña como lo enseñó Baudelaire.

Y si es así, ¿Por qué no habría de existir lo estético de la situación carcelaria? ¿Y de la tortura? ¿Y de la soledad? ¿Y de la indefensión? Debe haberlo, seguramente, y debe ser posible hallarlo y ya hay quienes lo han logrado y lo han plasmado para transmitirlo a los demás: José Revueltas con "Muros de agua" y "El Apando", Solyenitzin con "Archipiélago Gulag" o "Un día en la vida de Iván Denisovich", Julius Fucick con "Reportaje al pie de la horca". Hay efectos secundarios de máxima seguridad que pueden ser representados plásticamente o expresados poéticamente. ¿Por qué no intentarlo? Quizás cualquier pintor o poeta podría hacerlo, pero ¿quién mejor que alguien que ha vivido como propia esa situación?

Puede hacerse desde el momento mismo de la vivencia o después de ella, una vez en libertad, pero ¡qué desperdicio de posibilidades sería no intentarlo, si hay artistas que quisieran poder mirar aunque sea algo de lo que en una prisión de esa naturaleza ocurre! ¡Qué personalidad tan pobre es aquella que viviendo o habiendo vivido una experiencia única no es capaz de asimilar, reflexionar y elaborar las imágenes, las emociones y los sentimientos que la componen o que provocan! No sería tan pobre como si no la hubiera vivido, sino más todavía, porque sería morir en el desierto estando junto al agua sin tomarla por falta de un vaso, sin saber que puede hacerse un cuenco con las manos o aun sorberse directamente con la boca.

Cierto, no todos tienen la sensibilidad que se requiere para hacer una obra de calidad, pero aunque no la tuviera, la experiencia estética le resultaría útil a cualquiera por la catarsis que posibilita aunque no sea un público amplio sino a él mismo. Con eso su función estaría cumplida.

Y si ni la pintura ni la poesía ni la narrativa, ni la música pudieran ser el vínculo de la expresión estética. ¿Por qué no el ensayo? Casi nunca faltan caminos sino los pasos que los definen.

Hecho de risas, de juego y de creación, la dimensión lúdica de la experiencia carcelaria existe y adquiere una gran importancia porque sin ella la amargura y la desesperanza se adueñarían totalmente de la personalidad del preso. Implica conservar la capacidad de la risa y del juego, en la vida diaria de la cárcel, pero también extrae lo lúdico, lo divertido de la experiencia carcelaria para plasmarlo y transmitirlo algún día, así como desarrollar la capacidad de enfrentar con un espíritu y un ánimo no trágico, ni derrotista, ni conformista, ni rutinario, ni desganado ni temeroso sino con uno juguetón, optimista, entusiasta, atrevido, creativo, lo que haya que enfrentar durante la permanencia en prisión.

¿Y puede no perderse la capacidad de reír en un lugar como éste? Se puede y se debe. Hay risa en la cárcel y a veces abunda, aunque la risa de los presos es especial; breve y momentánea compensación por las duraderas penas y reveses; súbita explosión más que diversión en el sentido del desborde emocional más o menos continuo; satisfacción vicaria más que auténtica; rictus más que expresión de placer o desahogo; más necesario mientras más opresiva sea la realidad porque es una defensa contra la amenaza de desequilibrio mental; Burla más que alegría, no es igual que la risa normal porque casi siempre tiene un componente agresivo, expresión de la gran carga de encubierta hostilidad que caracteriza la relación entre presos, llevada al extremo en algunos casos en que no se ríe más que cuando se escarnece o se humilla al prójimo.

Es por eso que el preso político, si es sensible y no quiere terminar así, siente la necesidad de hallar móviles distintos para la risa, y si no puede escapar a la necesidad de esa risa burlona el blanco no será el compañero básicamente sino el bando opuesto, el de las autoridades, contra el cual es válida éticamente la burla vindictiva.

Y no es difícil hallar motivos para ella porque ¿no acaso son risibles los balbuceos y la sonrisa nerviosa con que se dirige a sus superiores el oficial que tan autoritario, abusivo y despectivo es con los presos? Claro que sí y produce una gran satisfacción, doble porque es un desquite, una venganza, aunque sea por intermedio de otros y porque es una confirmación de que no hay persona más sumisa y abyecta con el fuerte que quien más abusivo es ante el débil. ¿Y no es digno de burla el miedo de ese director de la cárcel que no sale de ella sino escasamente porque teme sufrir un atentado porque está consciente de los abusos que ha cometido? Sí, porque es preso de su miedo y éste forma las rejas que toda su vida ha de llevar y que le harán ser un cautivo, siempre, en una cómica inversión de los papeles que aquí desempeña ¿No es ridícula la inquisitorial solemnidad de que intentan revestir la imposición de sanciones los Miembros del Consejo Técnico? Sí porque no oculta su incapacidad sino que la hace más evidente. ¿Y no es digna de la más cruel ironía la envidia con que los que más odian a los presos miran lo éxitos de éstos, ya sea por el bienestar económico de los familiares de los más pudientes o por el reconocimiento de que es objeto la obra de un pintor preso? ¿Y el afán con que quisieran poseer una obra que saben que algún día podrá cotizarse en lo que ellos ganan en un año de trabajo o quizás más? ¿Y si a esto se agrega el temor de que algún día podrán toparse cara a cara en la calle con aquel al que golpearon u ordenaron golpear o humillaron? ¿Y si se considera el temor que sienten por un castigo impuesto por sus superiores por algún error cometido o por ninguno si es que algún día necesitan de un chivo expiatorio?

Sobran motivos para reír, pero ese tipo de risa no debe ser el único porque puede llevar una dosis excesiva de amargura y deformar la personalidad. Se requiere también de otros tipos, como el de la broma y el chiste, incluido el que tiene como blanco a uno mismo. Por eso es que muchos cuentan a sus amigos cercanos anécdotas en que se muestran los ridículos en que han incurrido en otros tiempos y que en otras condiciones quizás no contarían a nadie.

Esto amplía los motivos para la risa, pero ésta no agota lo lúdico, por supuesto, porque el juego existe en otras formas además de las productoras de risa. Y si la mayoría recurre al juego de competencia deportiva o al de azar al practicar juegos de mesa cuando es posible, o quinielas deportivas cuando no, aunque sea sin apuesta monetaria de por medio ya que ésta es castigada; o a las interminables y repetidas charlas acerca de cualquier cosa o a los sueños o ensueños acerca de lo que harán cuando salgan, es posible acudir a otras formas que pueden dejar su beneficio no exclusivamente en forma de liberación de estrés sino también en forma de producto material que pueda tener otras utilidades como la política o la económica y que son juego de acuerdo con Malraux porque implican crear:

La poesía, que es juego con las capacidades y las posibilidades de combinar palabras, sentidos e ideas para dar lugar a metáforas, analogías e imágenes sorprendentes o conmovedoras.

El arte, en particular la pintura, que permite crear imágenes plásticas en cuyo proceso formativo se puede ejercer, con la acción creativa, constructiva que implica si se es original y no copista, la hermana gemela pero incómoda de ésta, la acción violenta, destructiva que siempre le acompaña y que tan necesaria es para el equilibrio emocional y que está vedado ejercer contra los otros y se le pretende inhibir en otros aspectos para, seguramente, agudizar el deterioro de la personalidad.

La literatura, que en su forma de narrativa o ensayo es juego por el solo hecho de ser creación, pero también porque si es denuncia es juego de competencia o combate ya que además de ser riesgosa por sí misma requiere de la realización de escaramuzas, maniobras evasivas y engaños que se deben hacer para burlar la vigilancia y hacerla salir de prisión, lo que equivale a cavar túneles por los que se pueda escabullir y que pueden derrumbarse sepultándolas ¿Qué mejor juego que evadir la vigilancia que quiere tener preso no únicamente a las personas sino también a sus obras?

Por otra parte, en ocasiones puede ser lúdico también el contenido de lo escrito porque puede hacerse narrativa con lo divertido y lo cómico de la prisión, al mismo tiempo que se realiza investigación, rudimentaria si se quiere pero investigación al fin (y por lo tanto, creación y como tal, juego) acerca de todo lo que se puede observar desde y en el interior de un mundo tan interesante, especial y bizarro como puede serlo la cárcel.

Poesía, pintura, literatura, investigación y denuncia, formas del juego carcelario, inmejorables porque ¿qué mejor juego, qué actitud más lúdica que desarrollar la personalidad precisamente en el sitio diseñado para anularla y aniquilarla? Y si se puede hallar lo lúdico aquí a la vida, se le hallará donde quiera, de manera que a la larga la prisión de máxima seguridad podría no ser una pérdida sino una ganancia inigualable. Tan es así que a quienes no hallaran el lado positivo en general y lúdico en particular de una prisión de esta naturaleza podría decírsele, con Rabindranat Tagore: "Si lloras porque se ha puesto el sol las lágrimas no te dejarán ver las estrellas".

De suposiciones y razonamientos, de asombros y satisfacciones está formada la dimensión sociológica, y se hace evidente para quien gusta de prever o descubrir lo que ocurrirá en las relaciones sociales que debe emprender o que presencia. Conlleva la aplicación de lo que de teoría sociológica se conozca, así como de la experiencia en cuanto a relaciones sociales se posea, a las que debe entablar en prisión, y adquiere una importancia todavía mayor para quien posee espíritu investigador porque posibilita el estudio de la sociología de la prisión y la realización de descubrimientos en esa área.

Es obvio que enfrentará en mejores condiciones la vida carcelaria quien más y mejor experiencia posea en cuestión de relaciones sociales, habida cuenta de que este es un medio sui géneris, diferente no sólo al que a un preso político le es habitual sino a cualquier otro que pueda haber afuera de la cárcel, descontando, naturalmente al de la delincuencia. Por eso es importante ese dominio práctico, esa capacidad de trazar un retrato lo más completo posible de las personas con pocas líneas, y más que de las personas en cuanto individuos, ya que eso es cuestión de la sicología, del conjunto de ellas, del medio social, de las formas en que en él se realiza la interacción, es decir, de las normas, así sea no escritas, que sirven de base a la convivencia. Es relevante también, y muy necesaria, indispensable, la capacidad de ubicarse en el medio, de reconocer cuál es su lugar en él objetivamente, pues de otra manera podría dificultarse el proceso de adaptación.

Y si de conocimientos teóricos se trata, su utilidad se revela también en las relaciones que se debe entablar, pero sobre todo en el intento por elaborar una interpretación teórica de las relaciones entre los presos, lo cual debe ser del mayor interés debido a que a diferencia de otros medios que pueden despertar la curiosidad científica de psicólogos y sociólogos profesionales, como la cárcel común, el manicomio o el hospital psiquiátrico o la delincuencia en libertad, en los que no han faltado profesionales de la psicología, de la sociología o del periodismo que han penetrado para realizar reportajes o estudios por medio de la observación directa, la cárcel de máxima seguridad es un mundo hermético, extraordinariamente protegido, extremadamente cerrado, vedado completamente hasta el momento para cualquier profesional que desee hacer investigación observando directamente el funcionamiento de la prisión y mucho menos por medio de la observación participante.

¡Cuánto puede observarse desde adentro! Tanto que no faltará la envidia de los profesionales hacia el preso que llegue a desarrollar una investigación aprovechando su obligada permanencia como reo, investigación valiosa ya de por sí por poner al descubierto lo oculto, lo celosamente guardado, seguramente por la ilegalidad que conlleva, como por ser hecho desde dentro mismo, desde las entrañas del monstruo y por ser realizadas en condiciones por demás precarias y hasta peligrosas.

Hecha de razonamientos lógicos construidos a partir de premisas legales, forjada a través de exigencias, trámites y recursos que el Derecho contempla, y de elecciones ineludibles, la dimensión jurídica de la experiencia carcelaria es importante porque de ella puede depender acortar la permanencia en prisión o hacerla tan grande que equivalga a una cadena perpetua. Comprende el abordaje de un área del conocimiento totalmente nueva en algunos casos y la incursión en una forma de lucha para la que no se está preparado, por lo general, a menos que se sea abogado.

¿Cómo no habría de ser importante esta dimensión si se convive con personas que por no tomarla en cuenta o por no darle la importancia que se merece deben compurgar sentencias enormes y a veces injustas? Quince, veinte, treinta o cuarenta años o más, que si hubieran realizado adecuadamente su defensa podrían haber reducido a la mitad o a una cuarta parte o eliminado por completo. Futuro perdido, oportunidades desperdiciadas por simple negligencia o incapacidad o incultura. En sentido contrario operan los casos de aquellos que defendiéndose a sí mismos han logrado disminuir drásticamente sus sentencias o evitarlas por completo: de veinticinco delitos por los que se le responsabilizaba en un principio, un reo se ha quitado veinticuatro y está por quitarse el último para salir absuelto luego de doce años de prisión; gente que ha salido libre después de haber demostrado su inocencia, a veces sin conocimientos previos del Derecho y habiéndolo aprendido en la lucha misma, poco a poco. ¿Cómo no iba a ser meritoria una lucha así desarrollada? ¿Cómo no iba a ser estimulante su ejemplo?

Pero aún para los abogados profesionales que están presos resulta meritoria su defensa porque pueden haber tenido una gran experiencia profesional pero ni así es posible asegurar que estaban preparados para esta pelea porque la lucha jurídica desarrollada en una prisión de Máxima Seguridad difiere radicalmente de la que se realiza desde afuera de cualquier cárcel normal e incluso de la que se puede emprender desde adentro de cualquiera de ellas.

¿Por qué? Porque en máxima seguridad se restringe hasta hacerse casi nulo el derecho a la defensa, de manera que en algunos casos puede hablarse de indefensión total o casi total, pues el preso está colocado en una situación semejante a la del gladiador que con armas de madera debía enfrentarse en el Coliseo romano con el emperador portador de armas de verdad.

¿De qué serviría, por ejemplo, ser abogado y hacer uso de todos los recursos legales si hay una consigna sobre los jueces que les hace imponer sentencias sin tomar en cuenta ni un solo argumento en contrario?

Es común que la aplicación de la Ley empiece apenas en la tercera instancia, ante los Tribunales Colegiados porque, salvo honrosísimas y muy valiosas excepciones, ante un preso de máxima seguridad los jueces y los magistrados de los Tribunales Unitarios se guían por el principio de "¡primero condena, después viriguas!" e imponen sentencias en condiciones absurdas, haciéndose uno con la parte acusadora y anulando en la práctica la división de poderes que se supone de fundamental importancia en una república y en un Estado de Derecho.

¿Y qué se puede decir si a eso se agrega que al preso se le limita el acceso a las leyes mismas ya que se le prohíbe disponer de ejemplares de la constitución o del Código Penal o de la Ley de Amparo o de las jurisprudencias o tesis jurisprudenciales que le podrían ser útiles y hasta indispensables en su defensa?

Cierto que algunos luego de una ardua y larga lucha jurídica pueden tener a su alcance los ejemplares de las leyes más importantes, pero ninguno ha logrado en los últimos años tener acceso a un tratado de Derecho

Quienes por no tomar en consideración esta dimensión dejan en manos de otros la lucha legal lo pagan con años de cárcel que pudieran haberse evitado, lo que es un costo bastante elevado, así que vale la pena preguntarse ¿por qué lo hacen? Quizás porque en diferentes aspectos de su vida siempre habían actuado así, relegando en otros la responsabilidad por muchas decisiones y eso les funcionó generalmente o al menos las consecuencias nunca fueron tan graves o tan evidentes, y es hasta aquí donde al hacerse más perjudiciales las consecuencias se hace más notoria esa parte de su personalidad y lo negativo que a fin de cuenta les ha resultado. Ahí, en el papel de la sentencia miran, como en una bola de cristal o en las líneas de su mano, ese futuro cancelado

Asumir o no por propio derecho la defensa es uno de los dilemas que debe enfrentarse pero no el único, pues en cualquier caso puede ser necesario optar por el tipo de verdad que se habrá de manejar: ¿la legal o la histórica? Si ambas coinciden no hay ningún problema ético en la decisión que se tome, pero si difieren pueden obtenerse buenos resultados desde el punto de vista legal pero a costa de soslayar lo que en verdad ocurrió.

Un dilema más es el referente a la estrategia que habrá de seguirse porque casi siempre hay diferentes opciones, cada una con desigual grado de beneficio hipotético y basada en distintas suposiciones con variables probabilidades de ocurrencia. Esto porque nunca existe la seguridad acerca de si se aplicará o no el Derecho estrictamente pese a que los razonamientos sean irrefutables.

Todo es dilema en la lucha jurídica porque ni tomando totalmente en las propias manos la defensa, ni profundizando en el estudio del Derecho como el mayor de los conocedores de esta materia puede haber lugar para la seguridad o para una decisión basada en la certeza absoluta, de mero trámite, pues más que una confrontación basada en razonamientos lógicos que conducen a conclusiones necesarias e indiscutibles, la lucha jurídica en máxima seguridad se asemeja más a un juego basado en el cálculo de probabilidades: juego nada envidiable ya que cualquier elección equivale a firmar su propia sentencia y puede ser ésta buena o mala.

Eso de un lado porque del otro es una farsa, que también es un juego por serlo pero además porque contiene maniobras encaminadas a darle visos de legalidad a las condenas dictadas ya desde antes de iniciar el juicio.

Juego de probabilidades, farsa; combate aunque sea desigual, por eso puede afirmarse que esta dimensión tiene un fuerte componente lúdico, pues equivale a un combate, y lo es, ya que es una forma más de lucha que se debe realizar y que se realiza aunque se deje en manos de otros la dirección de las batallas y las campañas y se reserve para uno el papel de carne de cañón que es lo mismo que decir carne de presidio.

Es la peor decisión que se podría tomar y hay quienes lo hacen.

La dimensión filosófica está integrada por reflexiones y evaluaciones que ponen en tela de juicio todo: cuanto se ha creído, lo que se ha sido y lo que se ha hecho; esto porque la experiencia carcelaria, cuando es de máxima seguridad y conlleva la posibilidad de jamás salir, propicia y a veces empuja y obliga a una revisión general, crítica y descarnada de todo cuanto se ha vivido.

No podía ser menos, pues cruzar el umbral de este mundo es prácticamente el equivalente del fin del camino, lugar en el que ya nada podría suceder que valiera la pena, una especie de limbo en el mejor de los casos o un infierno en el peor y que podría compararse en cualquier caso a una muerte en vida. Esto hace posible mirar las cosas desde un punto de vista totalmente diferente a cualquier otro que se haya tenido antes; algo parecido a la "película de la vida" que se llega a experimentar en los momentos en que la vida está en riesgo, pero que en vez de unas cuantas fracciones de segundo ocupa días, semanas y meses enteros, entreverados con los nada agradables episodios de la vida carcelaria. Punto de vista especial porque es el que tiene quien en caída libre se precipita al vacío y puede contemplar simultáneamente el lugar del que viene, el paisaje que ante sus ojos pasa conforme cae, y el sitio en que se estrellará. ¿Qué puede igualar un punto de vista como ese? Nada, porque es conjuntar la amplitud de la visión panorámica con la del detalle más pequeño y la del futuro y el pasado

No carece de importancia la asimilación del revés que significa la caída en prisión, pues lograrlo es absorber un golpe demoledor que a otros los destruye completamente; es tomar conciencia de la propia vulnerabilidad que durante muchos años parecía no existir; es entender que la vida tiene sus inevitables altibajos y que no todo es ascender. En suma, asimilar la caída es poner los pies sobre la tierra y eso puede ser la base para una modificación radical, sustancial de la autoimagen que se tenía y del lugar que se creía ocupar en el mundo; y si se realiza adecuadamente es también comprender que desde cualquier lugar, así sea el más profundo de los pozos es posible salir, y no eso únicamente sino llegar hasta donde no hubiera podido arribarse sin el impulso que implica venir desde abajo. Caída, ascenso; revés, éxito; nada puede poner de relieve la indisoluble unidad de estos contrarios como un brusco e inesperado descenso, y peor descenso no hay como el de máxima seguridad.

Por otra parte, la permanencia en una prisión en que se vive una soledad obligada y exacerbada permite disponer del tiempo y de las condiciones ad hoc para cavilar repetida y pacientemente acerca de todo y en particular de las cuestiones fundamentales y más generales que han definido la vida que se ha llevado y que inducen a preguntas que en otras condiciones perecerían ociosas:

¿Es válida la concepción del mundo que se ha sostenido?
¿Vale la pena vivir la vida como se hizo?
¿Qué tan certera es la posición que por mantenerla condujo a la cárcel?

Estas preguntas no son privativas de los presos políticos porque aunque sea en palabras diferentes todos los presos de máxima seguridad se las formulan en sus momentos de mayor capacidad reflexiva.

"Después de todo valió la pena", dirá un reo que considera ventajoso el balance ya que al salir libre contará con propiedades por varios millones de pesos, a pesar de que haya tenido que pasar quince años encarcelado. Muchos coincidirían con él en su propia evaluación aunque otros no tengan respuesta que la sábana o el calcetín colocados en torno a su cuello.

Todo lo anterior genera las condiciones para que, para bien o para mal, pueda realizarse algo que muy pocos pueden lograr afuera: iniciar un nuevo camino, un reinicio que equivale prácticamente a una nueva vida en la que puede utilizar las enseñanzas de la etapa que ha quedado atrás. Afuera es muy difícil lograr eso porque la rutina no permite romper las amarras y siempre es más fácil dejarse llevar por la costumbre y moverse por la inercia que cambiar la dirección aunque sea un poco. Aquí en cambio, al funcionar la caída en prisión como una ruptura, como un punto de quiebre, se produce el momento y la situación precisos en que el movimiento cambia obligadamente la dirección y se rompe la inercia y con un poco de esfuerzo (no muy poco tal vez, pero si mucho menor que el que afuera se hubiera requerido) es posible, dentro de ciertos márgenes, orientar el movimiento conforme a los propios deseos, quizás por primera vez en la vida.

Fin, comienzo; caída, ascenso; pérdida de la libertad en varios aspectos, adquisición de ésta en otros; todo en un momento no buscado y, por el contrario, temido, pero que ha llegado finalmente. ¿Para bien o para mal?

Depende de cada quien y en cada caso es diferente. Oportunidad para librarse de viejas ataduras y por eso ocasión venturosa, pero también de forjarse otras nuevas, mejores quizás, iguales tal vez o peores probablemente y por eso ocasión tormentosa. Destino, fatalidad, elección limitada en cualquier caso porque jamás se puede estar sin ellas. Y aunque se siguiera el mismo camino de antes, aún así hay un comienzo, un ascenso, el ejercicio de la libertad porque es una elección e implica una revaloración de todo cuanto se ha vivido y planear lo que ha de venir. Eso tiene que ver con la filosofía, por supuesto y sería necesario pensar en ello y se hace aunque no se quiera y aunque no se sepa, y es peor cuando esto ocurre porque es perder una gran oportunidad y si no se le lamenta hoy por no percibirla, mañana pesará por lo contrario.

Integrada por escaramuzas y campañas, la dimensión militar de la experiencia carcelaria de máxima seguridad es privativa del que ha sido rebelde y comprende: la concepción de la prisión como una montaña más, es decir, como un terreno en el que debe pelear de alguna manera; la búsqueda y aplicación de formas de lucha adecuadas a las condiciones específicas de la prisión de máxima seguridad; la elaboración de una estrategia y una táctica y su implementación; Y salir de la prisión por la pelea que se presente.

En cualquier cárcel hay tareas como éstas o parecidas para un preso político, pero en una de estas características y siendo un rebelde adquieren un carácter más marcadamente militar, y no en un sentido figurado sino en uno real debido a que el encarcelamiento es el equivalente a estar internado en un campo de prisioneros de guerra, pese a que se le mezcle con delincuentes comunes y no se le reconozca su calidad específica.

En tal virtud, como campo de prisioneros, la cárcel es otro frente de guerra ya que de alguna manera se forma parte de la fuerza a la que se perteneció hasta el momento de la captura.

¿Y qué corresponde a un prisionero de guerra sino tomar su internamiento como una reubicación en ese nuevo frente y luchar de acuerdo con las especialísimas condiciones que en él hay?

Montaña gris. Inhóspita por la soledad y el aislamiento. Montaña fría. Peligrosa por el hostigamiento y la indefensión. Pero pese a todo montaña amiga, montaña afable como puede serlo el desierto más árido o la jungla mas agreste y salvaje para quien sabe utilizar los recursos que ofrece, como ocurrió con el desierto del Sahara para el Prente Polisario o las montañas rocosas para los guerrilleros afganos o iraquíes. Amiga porque protege y permite sobrevivir; afable porque permite pelear.

Montaña especial en la que se libra una batalla de larga duración en la que se cuenta con tan escasa fuerzas que a veces no van más allá de la propia piel y que siempre se encuentran tan limitadas como nunca lo habían estado, reducidas a recursos mínimos. Pese a ello debe hallarse formas de lucha que se puedan desarrollar en tan precarias condiciones.

¿Cómo podría pelearse aquí donde todo está planeado para reducir al prisionero a su mínima expresión y a colocarlo en la mayor indefensión posible?

En cualquier cárcel la forma de lucha que más salta a la vista es la jurídica debido a que es indispensable para la obtención de la libertad y por ello es necesario dedicarle un esfuerzo considerable. No es la única, por supuesto, porque se destaca también la que tiene que ver con la mejora de las condiciones de vida en la cárcel, así como la que se relaciona con la libertad de los presos políticos de todo el país y la que desde la cárcel puede contribuir con la lucha social que se desarrolla fuera de la prisión.

Eso es en una cárcel común y puede hacerse cada una de ellas aunque a veces con no pocas dificultades, sin embargo en una cárcel de máxima seguridad la situación es bastante diferente debido a que está diseñada especialmente para impedir o por lo menos dificultar lo más posible los movimientos de protesta al interior y la influencia de los presos en el exterior, lo que hace necesaria la búsqueda de otras maneras de luchar. ¿Y cuáles podrían ser?

Es indudable que conserva su importancia la lucha jurídica, como lo es también que adquieren particular relevancia las que pueden servir para oponerse al cumplimiento de los objetivos que las autoridades tienen respecto del preso político que ahí recluyen, a saber: la destrucción y anulación de la personalidad; el aislamiento respecto del movimiento social que se desarrolle en tanto ahí se encuentre; y la nulificación de la influencia que al salir se pudiera tener en el movimiento social y en la sociedad, lo que en conjunto daría como resultado la conversión del alguna vez peligroso enemigo del Estado en un individuo completamente inofensivo, en una nulidad desde el punto de vista social.

¿Cómo puede el preso político oponerse a esto? ¿Cómo puede frustrar esos planes? Lograrlo sería una victoria.

Si se toma en cuenta cada una de las diferentes dimensiones de la experiencia carcelaria es posible dar la pelea en cada una de ellas, combatir por cada punto del campo de operaciones así definido; aferrarse al terreno en disputa cuando sea necesario o abandonarlo momentáneamente si fuera conveniente; todo con el objetivo final de lograr la libertad lo más pronto posible, de ejercerla desde la lucha misma y de preservar y desarrollar la personalidad.

Conseguir la supervivencia física, conservar la salud mental, preservarse ética y políticamente, disfrutar más que padecer la prisión, cosechar frutos en el ámbito de la estética, de la sociología, del derecho y la filosofía; éstos deben ser los objetivos del rebelde preso y a ello puede contribuir la dimensión militar de la experiencia carcelaria y se puede conseguir si se es consciente de ella y se combina adecuadamente cada uno de estos aspectos tanto conforme a un plan general como de acuerdo a las condiciones concretas de cada momento específico.

Eso es cuestión de la estrategia y la táctica que en esta gris montaña se puede implementar, como lo es también otro problema crucial: ¿cómo aplicar en una prisión de máxima seguridad el principio básico que indica que "el primer deber de un prisionero de guerra es evadirse?"

Cuando la evasión no es posible o no está a la orden del día el objetivo debe ser salir lo más pronto posible pero en condiciones tales que la excarcelación sea producto de la lucha que por ella se presente y que se haga con dignidad. Salir por una ardua lucha es el equivalente de la evasión militar.

Eso implica combinar lo más ventajosamente posible cada una de las formas en que desde la cárcel se puede pelear.

Todo depende del caso específico, ya que al igual que en la guerra no puede haber una regla general sino más bien orientaciones generales que se pueden aplicar de diferentes maneras, que tendrán mayor éxito en tanto más intervenga la creatividad en su uso.

La supervivencia física ocupa un lugar central en un primer momento pero después disminuye el riesgo para en algún momento ser asumido voluntariamente, a propósito, como una forma de lucha, como ocurre en una huelga de hambre llevada a sus últimas consecuencias o hasta el límite mismo en que la vida se pone realmente en peligro. Lo jurídico no siempre tiene igual importancia, pues hay momentos en que puede relegarse a un segundo o tercer plano, en tanto que hay otros en los que todo lo demás debe hacerse a un lado para concentrar todo el esfuerzo en la lucha legal. La estética puede ser en algunos momentos vital si de ella depende el éxito de alguna maniobra política o jurídica. Lo relacionado con la sociología, con la estética o con lo jurídico puede ser determinante para prevenir y evitar la anulación en cuanto opositor al salir. Las dimensiones psicológica, ética, política, lúdica y filosófica conservan su importancia en todo momento, aunque casi siempre con un bajo perfil relativamente y sólo en algunos momentos particulares se coloca uno de ellos en un primer plano.

Es importante contemplar todas y cada una de las dimensiones de la experiencia carcelaria porque es posible que su papel se extienda mucho más allá de la estancia en prisión. La labor en alguna de ellas podría llegar, inclusive, a ser de mucha mayor importancia que todo cuanto pudiera haberse hecho antes, o marcar el inicio de un camino en el que podrían obtenerse logros mucho mayores que los conseguidos antes o que los que pudieran haberse alcanzado sin esa obligada etapa que tan destructiva resulta para algunos.

¿Es posible? Desde Luego que sí: José Revueltas, Gramsci, Mauricio Rosencof y Mandela son ejemplos palpables de lo que la prisión puede significar para quien la toma como una trinchera. Es posible para algunos porque como dijera en "A Gloria" Salvador Díaz Mirón: "El ave canta aunque la rama cruja, como que sabe lo que son sus alas".

No es fácil, por supuesto, y hay una amplia gama de posibilidades entre quien es destruido por ese lugar que está más allá de las antípodas y quien construye para sí y los demás un mejor futuro.

Todo depende de las características personales que se posean y de la manera en que se tome la experiencia. Nada es igual para todos.

Después de todo, cada uno construye su propia cárcel y cada quien tiene la montaña que se merece.





Jacobo Silva Nogales
22 de febrero de 2009

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